El Real Zaragoza se ha convertido en un equipo desesperante. Hace días que lo es, exceptuando aquellas primeras jornadas de Láinez en el banquillo, hace mucho, demasiado, que se muestra como un conjunto timorato, sin recursos, incapaz de atrapar los tres puntos en casa cuando ya lo tiene todo hecho. Ayer fue un espinillazo de Feltscher dentro del área en el minuto 92 el que habilitó a Embarba para empatar. Frente al Cádiz había sido un mal despeje de José Enrique, también con el partido agonizando, el que facilitó la igualada y la consiguiente decepción. Y antes lo había hecho el Sevilla Atlético. Y antes... Son ya tantas y tantas veces las que el zaragocismo ha sufrido la misma película de terror esta temporada que ayer la grada estalló en reproches a los suyos. Sobre todo a los del césped, pero también se acordó de los del palco.

Nadie se salva en esta temporada desastrosa, la peor que se recuerda, de las peores en 85 años de historia del club. Ni siquiera se salva aún matemáticamente el equipo, avanzando tan lentamente hacia la permanencia que hasta la barrera de los 50 puntos parece inalcanzable. No obstante, no debería tener problemas el Zaragoza para continuar en la categoría y evitar así un fracaso mayúsculo, pero el zaragocismo dejó claro ayer que no lo aguanta más. Que esto es insufrible, que no es lo que quiere ver en La Romareda, que no lo merece.

Durante el partido ya hubo algún silbido, por ejemplo a Xumetra cuando saltó al césped en lugar de un enfadado Lanzarote, pero fue al final cuando arreciaron las críticas, los cánticos hacia abajo («esta camiseta no la merecéis») y hacia arriba («directiva, dimisión»). Fue seguramente el mayor enfado de la temporada, provocado por la acumulación infinita de decepciones.

El gol de Embarba, como el de Álvaro García hace dos jornadas, retrata al Real Zaragoza actual. Con todo el equipo metido en el área, con el único propósito de defender, el conjunto aragonés fue incapaz de alejar el balón de las inmediaciones de su portería, dejándolo ir de aquí para allá como en un pinball, rebotando de pierna en pierna hasta la patada final de Feltscher que lo dejó manso a los pies de Embarba que, esta vez sí, acertó a ponerla entre los tres palos. Después de una segunda parte en la que el Rayo había ido apagándose poco a poco, el equipo aragonés dio vida a su rival dejándole terminar el partido en su propio área. Hasta el nuevo desastre final.

Aunque el empate pueda parecer justo tomando una visión global del partido, la manera en que se produjo fue un nuevo castigo al miedo, a la falta de valentía de un equipo que, para colmo, no aprende de sus errores. Una vez más el Real Zaragoza ni supo ni pudo manejar los minutos finales. El león transformado en un manso gatico. Aunque tuvo algún acercamiento al área de Gazzaniga en el que Ángel buscó el pichichi, no logró evitar que los últimos minutos se jugaran en su propio campo, que el Rayo tuviera la última oportunidad. Como todos los partidos, con el resultado habitual. El zaragocismo vive este año un déjà vu constante, una desesperación infinita. Y un hartazgo considerable, claro, hacia todo y hacia todos. Aquí no se salva nadie.