Este Real Zaragoza se ha convertido en una trituradora de buenos, medios y malos profesionales y en un sibilina agencia de publicidad al servicio del politburó patronal, que en cuanto le salpican las crisis deportivas acude de inmediato al golpe de efecto oportunista como escudo. La última pieza en caer de este inestable dominó ha sido Narcís Julià, que apareció como un rayo de luz y de esperanza y que se ha ido apagando como consecuencia de una extensa lista de errores personales y también de una atmósfera irrespirable donde nadie vale salvo los que balan. El ya exdirector deportivo dejó muy claro que su adiós iba a ser inmediato el día que guardó silencio tras un esperpéntico cierre de mercado de invierno. Siempre dialogante y a disposición de los medios de comunicación, se enrocó en sí mismo como nunca lo había hecho en toda su carrera. Tenía las horas contadas y calló.

Un hombre hundido y dolido, muy consciente de su fracaso y de las consecuencias de su rosario de errores para el club. Sólo se puede aplaudir su gestión inicial porque el resto de su trabajo ha estado trufado de pésimas elecciones tanto por lo que respecta a entrenadores como a jugadores. Aun así, deberíamos ser justos en lo humano con este sensible derrotado porque su labor tenía la inconfundible esencia de la honestidad y del cariño hacia una entidad que abandona por decisión propia por la puerta de atrás, un par de valores que hoy en día cotizan muy a la baja. Y habría que recordar que en todo momento subrayó que no permitiría que nadie intercedieera en sus decisiones. Su dimisión tiene muchas aristas, no sólo las que invitan a escrutar la paja en el ojo ajeno sin atender a la viga en el propio.

El anterior director deportivo, Martín González, también fue despedido aunque por causas bien distintas. Entonces, desde la cúpula se diseñó una campaña para desprestigiar al madrileño en paralelo a la erosión que sufría el entrenador, por entonces Ranko Popovic, un técnico de bajo rango elegido a dedo por el área deportiva del consejo de administración. El despido del serbio se llevó por delante a Martín González. Sólo existe un punto coincidente con el caso de Julià: un proceso de carga de responsabilidades ajustadas o injustas sobre terceras personas para eludir cualquier tipo de mirada sospechosa sobre quienes tienen la primera y la última palabra. Los dirigentes reflexionan hacia adentro compartiendo la digestión de Saturno...

El alunizaje de Georgios Samaras borrará de un plumazo la marcha de Julià y otros asuntos de gravedad que pasarán a un segundo plano. El griego es la ilusión del pueblo, un fichaje de relumbrón mediático aún en cuarentena productiva. De su rendimiento dependerá el futuro de este Real Zaragoza que sólo admite al rebaño que bala a su gusto.