Este domingo, Aspanoa y la sociedad aragonesa cumplen 25 años metiéndole goles al cáncer y, sin embargo, el partido seguirá disputándose porque la victoria que se persigue está por llegar: el triunfo de todos los niños afectados por la enfermedad y de las familias que acompañan a sus hijos durante ese delicado trance. Desde el primer minuto que se gestó este ejemplar ejercicio de altruismo del ser humano frente a los designios insondables de la naturaleza de la que forma parte, siempre me ha sorprendido un gesto que distingue la generosidad de las personas que viven el padecimiento y la de aquellas que se han comprometido históricamente con esta empresa: te reciben con una sonrisa, se despiden con una sonrisa y te dejan una sonrisa de regalo, un mensaje positivo que no excluye la necesaria e inevitable dosis de realismo y preocupación. La procesión va muy lenta por dentro, pero todo el mundo acelera sin dramatismo con el objetivo de hallar una solución científica y definitiva, para que este encuentro que se juega cada noviembre en La Romareda ocupe un merecido capítulo de orgullo conjugado ya en pasado.

Mientras llega ese momento, Aspanoa, junto a sus colaboradores, trabaja para que este partido que destaca por impacto mediático por encima de sus otras y no menos importantes iniciativas, transmita un sentimiento universal. Cada euro recogido es fruto de una vendimia de raíces sentimentales, pero sobre todo debe o debería ser el tronco de una economía que permita abrir o mantener un camino prosaico hacia la investigación. La lucha, la batalla y la guerra del espíritu contra el mal físico como fundamento curativo se hace incomprensible en los niños. Ellos son vida con la mirada más o menos apagada por los tratamientos, corazones en perfecto estado de salud que juegan ahora lejos de su domicilio habitual pero cerca de los suyos, el auténtico hogar. Desconocen la desesperación, los dioses y los milagros. En la tierra, Aspanoa sigue predicando con el ejemplo, sembrando sonrisas y extendiendo la mano para pedir, una vez más, que usted colabore para erradicar con médicos y medicinas el cáncer, ese portero al que hay que seguir metiendo goles hasta que claudique en un laboratario. Y entonces la sonrisa sea eterna.