Era principios de marzo y el Real Zaragoza volaba como un cohete que surcaba los cielos a una velocidad supersónica. Había sumado 22 de los últimos 30 puntos, la fuerza de su juego y de su autoconfianza le habían propulsado hasta la segunda posición y la inercia llamaba a las puertas del liderato. En aquel momento, el mundo se paró. Tres meses que han gripado por completo el motor de un equipo que ahora tiene que volver a ajustarse y que han convertido a jugadores que dominaban la categoría en hombres de carne y hueso, terrenales. Al Real Zaragoza le falta ahora aquella frescura juvenil, la chispa de la felicidad que le había convertido en el principal candidato al ascenso directo. Contra el Alcorcón, que aprovechó tres errores blanquillos para llevarse la victoria, Atienza repitió fallo individual, pero esta vez el coste fue alto, El Yamiq no pareció El Yamiq (estuvo lento al corte en el 0-2 y condenó a Cristian Álvarez a la expulsión con una mala cesión de cabeza y descoordinada por ambas partes) y Luis Suárez tuvo el ímpetu físico habitual, ganando duelos a la carrera, pero en la oportunidad que dispuso estuvo impreciso.

Con el ruido de los huesos chirriando por el entumecimiento, pesado de piernas, hasta que el Real Zaragoza encajó el 0-1 bien pudo haberse adelantado. Pudo marcar Guitián, pero disparó al aire. Pudo marcar Suárez. Y pudo marcar Nieto a la salida de un córner. Su testarazo de medio lado acabó en el larguero. El equipo de Víctor Fernández, que no pudo alinear a Javi Puado por molestias y que ya había perdido a Vigaray y Delmás, se enfrenta ahora a un mundo totalmente diferente al que dejó, el más difícil todavía. En la reanudación de esta Liga tan insólita, en nada se pareció al que era. Ahora tampoco tiene el aliento de La Romareda para levantarle en los malos momentos. Una contrariedad más para una temporada que estaba completamente encarrilada y que a partir de hoy habrá que reconducir, de nuevo, en busca del norte extraviado.