Cuando lo firmó, el Real Zaragoza sabía qué tipo de entrenador contrataba. Desde que pisó la ciudad por primera vez, Rubén Baraja puso sus cartas boca arriba y expuso sus principios y su ideología futbolística con absoluta nitidez. El entrenador vallisoletano siempre ha tenido claro lo que quería para su proyecto y cómo quería desarrollarlo. Nadie le podrá discutir la claridad de sus ideas. Otra cosa es que, con seis jornadas disputadas, con el primer pequeño tramo de la temporada vencido, todavía no haya sido capaz de encontrar prácticamente nada de lo que originalmente buscaba.

El Real Zaragoza de Baraja no ha funcionado hasta el momento. No lo ha hecho ni siquiera de manera constante desde el punto de vista defensivo, la fase del juego en la que el técnico ha puesto todos los acentos y sobre la que basa la edificación del resto de la estructura. Mucho menos en la creación y la producción ofensiva. Los números en ataque son realmente pobres. Antes del encuentro contra el Mirandés, el preparador tomó la palabra y volvió a lanzar un mensaje constructivo, de fe en sus jugadores y en sí mismo. “Me siento bien, con energía y ganas. Creo mucho en lo que hago”, dijo.

Esa ha sido su norma desde que llegó. Pocas quejas, pocos lamentos. Como guerrero curtido en mil batallas en el negocio, dentro y fuera del campo, Baraja sabe que su equipo debe empezar a reaccionar con prontitud para no tener problemas en el medio plazo, que en el fútbol cada vez es más corto que medio. Si lo consigue, los resultados recolocarán la coyuntura. Si no, aunque los defectos arquitectónicos de la plantilla sean manifiestos en alguna zona del campo, el dedo empezará a señalarle. Entre otras cosas, para que la menor gente posible mire a la luna.