El fútbol suele premiar al valiente. La ambición acerca al triunfo y otorga poder. Ganar por decisión. Vencer por convicción. Ese es el Zaragoza de Víctor, un entrenador que concibe este deporte como la vida. Cuestión de mirar hacia adelante. Con firmeza y fe. Con arrojo y osadía. Jugar como se vive. Vivir como se juega. Ayer, el equipo aragonés derrotó al Oviedo porque fue más ambicioso que su rival. Porque, al contrario que no hace demasiado, no tuvo miedo. Porque fue valiente. Como su entrenador, que mandó a los suyos hacia arriba tras el descanso ordenando un 4-3-3 que destrozó la tela de araña de un Oviedo rocoso y serio. Por eso ganó el Zaragoza. Por narices.

Por eso y porque tiene un portero que gana partidos. Siempre lo ha tenido. Cristian volvió a salvar al equipo aragonés deteniendo un penalti con el marcador todavía empatado y compartiendo protagonismo con Álvaro, el delantero del Zaragoza, que, con su primer doblete como blanquillo, ató un triunfo tan justo como necesario. El segundo de Víctor en La Romareda. Más que en los cuatro meses anteriores.

Y eso que el del inicio fue un Zaragoza menos entusiasta. No tan encendido. Más desactivado. La razón estaba clara. El Oviedo se protegió en una telaraña que atrapaba y dejaba indefenso a cada intruso que se acercaba por sus inmediaciones. Los tres centrales dejaban a los aragoneses sin opción de combinar por el centro, su campo de maniobras preferido. Aunque bien pudo ser todo algo más sencillo si Delmás, antes de los cinco minutos, hubiese acertado a batir a Champagne tras un barullo en el área ovetense, pero el meta tapó bien y permtió a su equipo mantener el plan: tejer y aguardar.

A partir de la línea de tres cuartos, el Zaragoza echaba de menos esos extremos que no tiene para llegar a base de dos contra uno en banda y ataques más profundos. Esa tarea quedaba encomendaba para Lasure y Delmás, que aportaban lo que podían. Pero el Oviedo estaba cómodo. Incluso, Bárcenas asustó a Cristian con un remate que el meta repelió con acierto en el primer palo.

El cuadro de Víctor controlaba el balón pero no el partido. Hasta media docena de saques de esquina fue capaz de generar antes del ecuador del primer tiempo, pero ninguno de ellos llevó excesiva inquietud al marco asturiano. Sí lo hizo Mossa con un cabezazo a un par de metros de Cristian que el argentino desbarató con acierto.

El plan de Anquela seguía viento en popa. A través del orden y las líneas muy juntas, el Oviedo crecía ante un Zaragoza que no encontraba huecos. Solo Álvaro, una de las numerosas novedades en el once aragonés, se acercó al gol tras una buena combinación que el catalán estrelló en Champagne justo antes de que un nefasto Figueroa Vázquez marcase el camino a los vestuarios.

La reanudación mostró un Zaragoza más decidido y firme. Víctor convirtió el 4-2-3-1 en un 4-3-3 para abrir la nutrida defensa del rival, ensanchar el campo y despejar la mente. Y el partido pasó a ser de un Zaragoza que pudo marcar bien pronto, pero Papu mandó a la grada una contra franca iniciada por un robo del inconmensurable Zapater. El ejeano también la tuvo poco después en otro contragolpe propiciado por la mejor disposición de los blanquillos. La galopada de James habilitó a Álvaro, cuyo centro dejó Papu en la bota de Zapater, que también lanzó desviado. A esas alturas, el Zaragoza era el dueño absoluto del partido.

Cuando el Oviedo apenas daba señales de vida, una incursión de Bárcenas desde la izquierda fue interceptada por Eguaras, que cometió un absurdo penalti. Figueroa no dudó, pero sí lo hizo Alanis cuando Cristian comenzó su ritual, tan extraño como efectivo. El central cayó en la trampa y mandó el balón justo al lugar donde el argentino había señalado. Y La Romareda estalló.

La entrada de Soro elevó los decibelios, aunque la lesión de Lasure dio paso a un periodo de bajón justo cuando el partido entraba en su fase decisiva. Pombo eligió mal con qué pierna rematar un gran centro de Aguirre pero, cuando La Romareda ya se tiraba de los pelos ante la imprecisión de los suyos, llegó el gol. La fe, esa que tienen los valientes, llevó a Soro a pelear por un balón que acabó en Álvaro, al que justo antes Víctor había mandado de la izquierda al centro. El catalán encaró a Champagne y lo superó con precisión. El tanto, que el delantero dedicó a Marc Gual, premiaba a un Zaragoza que nunca volvería a sufrir. Álvaro volvió a intentarlo, pero Champagne evitó un gol que, sin embargo, llegaría al final con una obra de arte del Lobo al rematar de escorpión un córner. El broche dorado para un triunfo redondo. Para una batalla perfecta.