Como en todas sus acciones relacionadas con el Real Zaragoza, con el buen destino de la SAD como objetivo prioritario, Agapito Iglesias puso tanto empeño en que el traspaso de sus acciones fuera no traumático y ejemplar que, claro, lo que ha logrado ha sido justo lo contrario. El Real Zaragoza está sumido en un desconcierto histórico, con una amenaza seria de desaparición a la vuelta de un mes, que hasta hoy nadie ha sido capaz de ahuyentar. Tampoco los nuevos propietarios, que heredaron un cadáver por la infausta gestión del soriano y a cuya tarjeta de presentación le han faltado muchos euros.

Por el momento, su aterrizaje no ha traído la paz ni perspectivas de prosperidad. Los nubarrones negros que se adivinaban en el horizonte ya están sobre la ciudad. Hacienda, las fichas, el descenso administrativo, la liquidación... El zaragocismo está desesperado. Cada día ve más cerca como el club de su corazón se consume sin remedio. La angustia es tan grande que Sheikh, en su primera aparición, embutido en un traje aragonés de manga ancha y aún opción secundaria para el grupo de Lasheras, fue recibido como si fuera el mismísimo Mr. Marshall.