La primera jornada de la temporada en Tenerife aclaró algunas certezas que el verano había puesto a la sombra. Se sabía que el Real Zaragoza era un equipo inmaduro, así que se había insistido en pedir paciencia durante las semanas estivales, creyendo, afirmando, que el conjunto de Natxo González llegaría a la primera jornada compuesto para ser competitivo. No lo fue. Si se quiere, diez minutos. El Tenerife, un equipo a medio armar al que el verano se le llevó a sus cuatro mejores futbolistas y sin ningún delantero, ninguno, le dio el primer meneo. Su gol a balón parado fue una consecuencia del dominio y la convicción, de su fútbol superior. No fue una casualidad, no. Ganó en un garrafal error de marcaje en un córner, pero pudo haberlo hecho de muchas otras maneras. Mereció vencer, sin duda, aunque al técnico zaragocista no le pareciese tanta la distancia entre ambos. No se marchó del campo «disgustado del todo». Eso dijo. El enojo sí fue absoluto en el entorno, que confió en el silente trabajo del verano. Llegada la verdad, los puntos que hacen camino y destino, el Zaragoza pareció lo mismo. Diferentes caras y nombres, una idéntica e insoportable sensación. Igual que hace tres meses, que cuatro, que cinco...

El Zaragoza puso criterio en el pulso inicial y desapareció después. En la segunda parte, con la primera derrota de la campaña angustiándole, solo fue capaz de chutar una vez a puerta. Buff. No fue competitivo, al menos no lo que se espera de un bloque que lleva 40 días trabajando movimientos de salida de balón, balances defensivos, presión tras pérdida... y estrategia, se supone.

Se entendió que la llegada temprana de muchos fichajes serviría para darle al equipo la fiabilidad de la que tanto ha hablado su entrenador. Creía González que el Zaragoza estaría listo el 18 de agosto. No. Su equipo fue tan imperfecto como en casi todos los bolos. Inseguro en defensa, por no decir desastroso; inoperante arriba pese al ingrato trabajo de Borja Iglesias; insípido en el centro del campo, donde ni se acercó al control que había anunciado su entrenador, con y sin balón.

Le queda trabajo a Natxo González, mucho. La portería la ha medio cerrado tarde y mal el club, que a Tenerife tuvo que llevar a un guardameta recién llegado al filial. En defensa no le valen los centrales, prácticamente ninguno. Se supone el mejor a Grippo, que tiene enormes dificultades con el balón en el pie. Se la dio a la banda varias veces, sin querer, claro. Qué hablar de Jesús Valentín, la gran decepción de la pretemporada. O de Verdasca, un comprometedor novato. El mejor fue Julián Delmás, asentado, fuerte, sensato y valiente. Mucho más que Benito, desde luego, que repitió sufrimientos defensivos.

Por delante, al Tenerife le bastó con tapar a Eguaras en la salida para que el Zaragoza desapareciese. Pombo no tuvo su tarde y Febas enganchó con el fútbol pocos ratos. Buff, que no tocó el balón, parece un marciano acomplejado. Luego entró Ros, y Oyarzun probó como lateral, pero el fútbol siguió invariablemente mal. No lo cambió tampoco Toquero, cuyo fútbol pide un estilo más directo. González trabaja un método distinto, así que necesita encontrar un espacio, otro modo, soluciones. Como Arantegui, que ya ha debido comprender que necesita pinchar a los descartados para que ahuequen. Le llega también la hora de la verdad. Hay que acertar en el remate final. Con un central y un delantero, como poco. Y si se puede, otro jugador de banda. Y si se puede, otro volante central. Y si se puede, otro portero. Si se puede.