Frente al Málaga, el nuevo Real Zaragoza afrontaba un encuentro diferente que le iba a indicar si sus dos últimas victorias eran flor de dos días o si realmente existe una evolución sincera desde la llegada de Víctor Fernández. Después de 90 minutos y un 0-2, el público despidió a los futbolistas con aplausos pese a la derrota. Le gustó lo que vio, cómo respondió su equipo frente a las adversidades, con arrojo y decisión. Sin complejos ante un enemigo que tuvo que aplicarse al máximo para ganar. Con el nuevo técnico, no hay duda, el conjunto aragonés ha recuperado gracia, valentía y verticalidad. Y el porvenir se ha dulcificado con la permanencia como meta. No obstante, uno no puede despojarse en tres jornadas de su pasado, de la huella genética de la plantilla que hay y de las consecuencias que ello acarrea. Además contra un rival que tras su racanería para el espectáculo mostró toneladas de oficio, el que caracteriza a los triunfadores en esta categoría tan arisca.

Si el Real Zaragoza hubiera empatado, hasta el Málaga se habría despedido feliz de La Romareda. Porque los andaluces, que se atrincheraron en su campo durante todo el encuentro y cedieron la pelota como si nos les sirviera para nada, pasaron por episodios de sufrimiento. La diferencia, como siempre en estos casos de equilibrios y de estilos contrapuestos, estuvo en las áreas, espacios que la escuadra de López Muñiz controló mejor. No tanto la suya, aunque contó con la colaboración de Marc Gual para dar más sentido aún a su plan ultraconservador. El delantero de Badalona dispuso de oportunidades para todos los gustos, incluidos duelos mano a mano con Munir, pero nunca acertó. Se ablanda en la decisión final por muy sencilla que se presente la resolución al problema. Es posible que en el futuro triunfe en Dortmund o en la Premier porque en el doble fondo esconde detalles más que interesantes: garra, movimientos inteligentes en los demarques y brillantes asociaciones. Hoy en día, sin embargo, su ternura rematadora le pasa cara factura a un grupo que le necesita con urgencia. Y a él lo está dejando un muy mal lugar.

Es cierto que el Real Zaragoza llegó a hacerlo bonito en un ecosistema trufado de callejones sin salida, frente a un Málaga atornillado en defensa y contundente. Ha crecido en fe en sí mismo y todo indica que seguirá en esa línea para acomodarse en la zona templada de la clasificación y ver pasar el curso sin sobresaltos. Ahora bien, no solo arriba peca de ingenuidad. Lleva más espinas clavadas. Guitián y Álex Muñoz le han dado un plus para su misión salvadora: mezclan bien y le ofrecen al esférico salidas antes impensables. El Málaga se saltó ese sistema de seguridad en tan solo dos ocasiones, para marcar sus goles. Ni ellos ni el conjunto de la defensa salieron bien parados en la estrategia que dio lugar al tanto inaugural ni al que cerró la tarde en el Municipal, donde los cuatro zagueros fueron incapaces de despejar un balón que se llevó Adrián a trompicones.

La primera vuelta da un portazo con el equipo en peor situación que la temporada pasada (menos puntos), luego no hay que desatender detalle alguno ni pregonar otro milagro. Víctor Fernández tiene en sus manos una empresa concreta: que el Real Zaragoza juegue lo mejor posible y divierta a su gente, como sucedió frente al Málaga al margen de los errores de bulto en los momentos de la verdad, y que gane para salvarse con dignidad. Le faltan mecanismos para elevar sus prestaciones. También carece de lo que es imposible extraer del trabajo y de la metodología: calidad competitiva constante para igualarse al peso de clubes mejor construidos desde la economía o desde la dirección deportiva. Y eso no lo resuelve Marc Gual.