--Se ha cumplido medio siglo del nacimiento de los Magníficos, un buen momento para rendir homenaje a la mejor generación de la historia del Zaragoza. ¿50 años no es nada?

--No, no. Es mucho, por descontado. Vivimos una época muy bonita en la que jugamos muy bien y convivimos grandes compañeros. Ahora nada es igual. Es cierto que hay que recordar y celebrar el 50 aniversario, pero es muy doloroso también estando el Zaragoza como está.

--¿Cuántos años tiene?

--(risas) Este mes cumplo 80.

--¿Y quién le quiso hacer dos años más joven?

--Aún no sé lo que pasó. Me montaron un taco al nacionalizarme. Me quitaron dos años y me cambiaron el apellido de dos hijos. Fue un lío, pero puedo dejar claro que yo nací el 24 de mayo de 1934. De eso no hay duda.

--¿Casi 80 años y aún no sabe por qué le llaman Canario?

--No. Yo ya vine con ese apodo. Le cuento una posibilidad. Enfrente de mi casa había un jardín en el que formamos un equipo de barrio, así que cuando elegíamos los jugadores, decíamos: 'Dame a ese pájaro'. Y que de pájaro pasara a Canario y hasta hoy. Cuando fue el representante del Madrid a Rio a ficharme, enfrente de mi casa andaba preguntado por Darcy y nadie sabía quién era. Hasta que preguntó por Canario. Claro, la mayoría ni sabía mi verdadero nombre.

--En Zaragoza fue Pajarito.

--Sí, me lo pusieron los compañeros. Aún me siguen llamando así cuando nos reunimos.

--Fue el último Magnífico en llegar al Zaragoza y el primero en marcharse, aunque sus años en el club se concentran todos los éxitos. ¿Cómo fue su llegada?

--Cuando estaba en el Madrid, tenía un compañero, Duca, que me llamaba muchas veces para preguntarme cuándo venía a jugar aquí. Pasé un año en el Sevilla, pero había problemas con la directiva y decidí venirme al Zaragoza, que sabía que me quería.

--¿Ya tenía la percepción de lo que era el Zaragoza?

--Sí. En aquellos años llegamos Santos, Villa y yo, gente con ganas de trabajar. Porque es cierto que jugábamos muy bien a fútbol, pero también que trabajábamos mucho.

--¿Se dio cuenta cuando llegó de que aquel podía convertirse en un equipo especial?

--Eso es algo que no se puede prever. Yo vine con la ilusión de que el equipo jugase bien, pero llegar hasta donde llegamos era díficil pensarlo por los equipos que había entonces en la competición.

--¿Qué le sorprendió?

--Nada. Conocía mucho a los compañeros porque había jugado contra ellos, aunque era difícil conformar un buen equipo porque veníamos cada uno de un lado. Mucha gente pensaba que no se podría formar un buen equipo. Y no fue un buen equipo, fue un equipazo.

--Ya había formado parte de otra delantera legendaria: Canario, Del Sol, Di Stéfano, Puskas y Gento.

--Sí. En Madrid tuve tres años buenísimos. Gané una Copa de Europa, una Intercontinetal y dos Ligas.

--¿Qué delantera era mejor?

--Mire una cosa, no quiero hacer comparaciones. Yo jugué en las tres mejores delanteras del momento: la del Madrid, la del Zaragoza y la de la selección brasileña, con Zagalo, Zizinho...

--Con el Madrid jugó la famosa final de Glasgow (7-3) contra el Eintracht. Algunos dicen que ha sido la mejor final de la historia.

--La FIFA ya lo ha reconocido así varias veces. Fue un partido loco de goles y muy igualado al principio. Hasta que no cogimos dos goles de ventaja lo pasamos mal. Ojo que los alemanes eran muy buenos y tenían un equipo correoso y peleón. En aquella época un 7-3 no era un resultado tan raro. En una semifinal de Copa contra el Barcelona en La Romareda quedamos 6-4. Recuerdo que llovía una barbaridad en Zaragoza, pero que nadie se movía de las gradas. Eso lo teníamos.

--El partido que ha pasado al recuerdo de su etapa es el 1-3 en Leeds. ¿Fue el mejor?

--Fue uno de los buenos. Nosotros jugamos muy buenos partidos, estábamos acostumbrados. Fue un partido de desempate que al cuarto de hora ya íbamos 0-3 y en la grada estaba todo el mundo cantando. Yo miraba a las gradas y les decía: '¿Pero cómo seguís cantando si vais perdiendo 3-0?'. Pero no paraban. Al final nos aplaudieron mucho. Era habitual, ya digo. Las finales que ganamos también jugamos muy bien. La del Athletic, por ejemplo, que le podíamos haber metido seis si no llega a ser por Iribar. (La final del 66 se recuerda en Bilbao porque empezó a forjar la leyenda del portero del Athletic, al que le cantaron desde esa tarde: 'Iribar, Iribar, Iribar cojonudo, como Iribar no hay ninguno').

--Estuvo a punto de jugar el Mundial 58 en Suecia, el año de la eclosión de Pelé, el verano en que la 'canarinha' fue campeona del mundo por primera vez.

--Sí. Yo estaba en la preselección, pero tuve la mala suerte de que ese año apareció Garrincha. No sé si veré otro extremo igual en la vida, era un fenómeno.

--¿No llegó a coincidir con Pelé?

--Jugué contra él muchas veces, pero nunca coincidí con él. Las ocasiones en que yo jugué con la selección, él estaba con el Santos jugando de gira por ahí.

--¿Era el mejor?

--Los dos más grandes de la historia han sido Di Stéfano y Pelé, no tengo ninguna duda.

--Cuentan de Di Stéfano que era un tipo difícil.

--Ya sabemos el carácter que tienen los argentinos, pero Di Stéfano era una gran persona. Lo que pasa es que era un hombre que donde había una peseta para ganar, allí quería ir. Tenemos buena amistad, me aprecia mucho.

--Lo idolatran la mayoría, pero algunos le echan la culpa de que algunos jugadores no triunfaran.

--Ya, ya, como Didí. Pero no fue culpa suya. Didí no se adaptó bien al clima. Yo lo he visto quitarse las botas después de un partido que estaba nevando y tener todos los pies encogidos. Qué pena daba. Encima no se le ocurrió otra cosa que meterlos en agua caliente. Vaya gritos que dio, y la bronca que le echó el médico. Ahí aprendimos que cuando hacía frío había que jugar con vaselina en las manos.

--¿Cómo era Pelé?

--Era un jugador fuerte y muy inteligente. Saltaba muy bien de cabeza también. Un jugador completo, con dos piernas, una gran cabeza... Un fenómeno. Yo he visto a su equipo ir ganando 4-0 y quitarle el entrenador para darle descanso y estar a punto de perder el partido.

--¿Cuántos partidos jugó con Brasil?

--Diez. Por ejemplo, jugué en la revancha del Maracanazo contra Uruguay. Bufff, terminamos a palos. Aquel Obdulio Varela era muy duro.

--Lapetra era otro genio.

--Era una maravilla. Tenía un cerebro privilegiado. Era difícil encontrar un futbolista con su inteligencia y su forma de tocar el balón. Como persona, además, era extraordinaria. Él salía de extremo, pero no era extremo. Estaba de interior, de delantero... Era el cerebro; Santos, el pulmón; Villa, un malabarista; Marcelino, cabeceador; y yo era un luchador. Nos compaginábamos muy bien, algo muy difícil de ver hoy en día porque, para empezar, extremos no hay. Y me hablan de carrileros. Pero si yo ya jugué con un carrilero, que era Reija.

--¿Aún le da pena su final?

--Hubo un presidente, Usón, que se equivocó haciendo las cosas y me echó. Fue un momento en el que estaban llamando a todos para renovar y cuando me tocó a mí no me dejó ni sentarme. "Usted sabe que está mayor para jugar al fútbol, adiós muy buenas". No me dejó ni hablar. Ese año empezaba la reglamentación de poder hacer cambios, además. Si hubiera mantenido el equipo, yo creo que habríamos ganado más cosas.

--Cuando se fue, más que compañeros dejó amigos.

--Claro. Ese vestuario estaba muy unido, al contrario de hoy en día, que los vestuarios son muy complicados, hay jugadores de todas las calañas. Nosotros éramos una peña de amigos, con una gran amistad. Hoy en día lo que veo es mucha envidia.

--Algún compañero suyo dice que lo peor que tuvieron en esa época fueron los entrenadores.

--Tuvimos un montón. Ramallets, Daucik, Olsen, Luis Belló, Hon... Luis Belló, con el que ganamos los primeros títulos, era una persona encantadora con la que se podía hablar tranquilamente. En esa época, ya se sabe, había jugadores que se desmadraban un poco un día antes del entrenamiento. Llegaban y le decían: 'Oiga, míster, que ayer me pasé un poquito de juerga'. Y él era muy comprensivo, les hacía entrenar un poquito y les dejaba ir a casa. ¿Sabe qué? Luego el domingo en el campo se partían el pecho por él. Había una armonía que hoy no existe.

--Se percibe desde la distancia que esa época era todo felicidad. ¿Es un deformación de la realidad por el paso el tiempo o fue así?

--Para mí era todo positivo. Vivíamos en alegría, todos juntos, incluso con las familias. Los domingos después de los partidos nos juntábamos cuatro o cinco matrimonios, nos íbamos a cenar y luego a bailar al Cancela. Pero los jugadores fueron cambiando. Yo tuve que dejar de ir a la Ciudad Deportiva por culpa de uno que me miró por encima del hombro. Ese día tuve que saltar y presumir. Le pregunté: '¿Pero tú qué has ganado, bobo, para hablarme y mirarme de esa manera?'. Así que dejé de ir.

--¿Eran conscientes en su momento del mito que se estaba construyendo?

--No. Era difícil de imaginar eso. Cuando nos íbamos a retirar, nos hacíamos una idea de hasta dónde habíamos llegado. Pero no piensas que 50 años después vas a ser un mito.

--¿Daban miedo?

--Sí. Cuando íbamos a algunos campos fuera, decían como asustados: '¡Que vienen los magníficos, que vienen los magníficos!'. Y que esos debían ser los delanteros de la selección. Y yo decía: '¡qué suerte tienen!' (risas).

--¿Por qué no ganaron la Liga?

--Las plantillas eran muy cortas. Nosotros podíamos contar solo con 13 o 14 jugadores y otros tenían más. Yo he tenido que jugar un partido de la Copa de Ferias con tres puntos en el tobillo, una infección y fiebre. Pero me concentraron. No sé qué me metieron, pero al final jugué. Esto lo digo para explicar que no teníamos tantos suplentes. Y cuando nos tocaba jugar en Europa, incluso en España, los viajes eran terribles.

--¿Qué jugador destacaba por su forma de ser?

--Yo tenía compañeros que me estaban chillando todo el rato, como Paco Santamaría. Me gritaba: '¡Pájaro, despierta! Y yo le decía: ¿¡Qué cojones te crees, que estoy durmiendo!?'. Era ánimo, no critica. Éramos así.

--Cuando se retiró, decidió quedarse en Zaragoza toda su vida.

--Sí. Yo tengo toda mi familia aquí. Cuatro hijos, siete nietos. Hace cinco años fui a Rio con mi mujer y mi madrina, que aún vive con 96 años, me dijo que fuese a vivir con ellos. No puedo, el ritmo de vida es muy diferente. Menos ahora que antes, que era muy complicado vivir allí. Han quitado muchas favelas, pero es muy diferente. Y luego en Zaragoza he encontrado todo. La gente es muy cariñosa, me siguen parando por la calle, me señalan, me paro a veces, charlo con ellos... Todo eso me halaga.