Decía Alberto Zapater sobre el césped, mientras veía a su amigo hacerse fotos y más fotos, firmar autógrafos, chocar una mano detrás de otra, repartir abrazos... que le invadía una pena inmensa, como si estuviese de funeral. «Estoy muy triste, muy triste», repetía el capitán del Real Zaragoza, a quien Cani destinó las últimas palabras de su carta de despedida. «Quiero dedicarle un sitio especial en este adiós a un zaragocista ilustrísimo, que siente los colores y el escudo profundamente, que los tiene grabado a fuego en el corazón. A Alberto Zapater, un ejemplo de futbolista, de persona y de amigo. Gracias por lo que me has brindado, por lo que me has ayudado. Quiero que sepas que, aunque no me veas a tu lado este año, estaré junto a ti para sacar esto adelante». A dos metros, en la sala de prensa, el ejeano trataba de contener las lágrimas. No pudo. Tampoco Cani, que cerraba con palabras entrecortadas una comparecencia sin preguntas. No hicieron falta. Un largo aplauso de periodistas, amigos, familiares y gente del club, larguísimo por lo poco común que resulta en tal escenario, cerró el primer acto de la despedida del genio de Torrero, que explicó bien claro por qué deja el fútbol: «Siempre he querido ser honrado y sé que para afrontar una nueva temporada tenía que estar ilusionado y motivado al 100%, tanto en el aspecto físico como en el mental. Y he de reconocer que ya no lo estoy. Cuando me lo propusieron, quise volver a mi Real Zaragoza para ayudar a que el equipo recuperara el lugar que merece. Me he dedicado a ello en cuerpo y alma, pero ahora no me veo con el ímpetu necesario para ello. Este es el motivo que me ha llevado a tomar esta decisión, profundamente meditada».

Se va triste, «también contento», matizó luego. Cualquiera diría que se ha quitado un peso de encima. «Él está tranquilo, lo tenía claro y eso es lo importante», resumió su amigo Zapa, que no faltó en su adiós. No falló casi nadie. Más de mil personas esperaban inquietas en las gradas mientras dos decenas de amigos y familiares buscaban un sitio escaleras arriba, en la sala de prensa por la que tantas veces ha pasado el zaragozano. Estaba su mujer, Teresa, pegadita a Diego e Inés, los niños que, dice Cani, le cambiaron la vida y la cabeza. Estaba su padre, orgulloso por última vez y para siempre, su madre, su hermano, sus sobrinos... Y una amplísima representación del cuerpo rector y deportivo: Fernando Sainz de Varanda, Fernando de Yarza, Fernando Rodrigo, Christian Lapetra, Paco Checa, Luis Carlos Cuartero, Lalo Arantegui o Ramón Lozano.

Cani leyó la despedida del tirón, peleando contra la emoción que le subía a la garganta en cada párrafo. Empezó por las cuatro patas de su vida: su padre, «que me enseñó los valores de esta profesión»; su madre «y el cariño que solo ella dabe dar»; el hermano que nunca le dejó «separar los pies del suelo»; y su mujer, «que sin saber mucho de fútbol, ha sabido comprender perfectamente mi profesión».

Repasó los clubs por los que ha transcurrido su carrera (Stadium Venecia, Utebo, Atlético y Villarreal), con parada especial en Villarreal, donde pasó ocho años y medio, y destino final en el lugar «donde he crecido y madurado». «El Real Zaragoza ha sido mi vida, donde tengo y tendré siempre mi corazón. A este gran club le debo la oportunidad de ser futbolista y a esta afición siempre la he sentido a mi lado. Junto a mi gratitud, os transmito la alegría de sentirme, como vosotros, zaragocista». No olvidó a sus compañeros, «sin los que nunca hubiera podido disfrutar del fútbol»; ni a Ramón Lozano, el primero que lo mimó «hace 23 años, como si fuera ayer»; a los médicos, a los fisios, a los utilleros, a los periodistas...

Antes de acabar, aguantó como pudo un vídeo que sirvió para resumir sus últimos momentos en el club aragonés. Abajo esperaba el final, tan bonito. Y esa última ovación, enorme. No fue una, en verdad. Entró con los acordes del himno sonando a toda mecha por la megafonía y hubo poco que explicar más allá del cariño repetido que le dio su gente. Pocas palabras, el momento hablaba. Había ganado antes de empezar a bajar la rampa. Sobre el césped, escoltado por la Copa del 2004 y la Supercopa, se dirigió a la afición durante poco más de un minuto. Después estuvo casi una hora diciendo adiós tras recibir la última camiseta zaragocista. No llevaba el 8, ni siquiera el 17 aquel con el que debutó. Era un 15, el de los años que ha pasado en el fútbol el genio que ayer se marchó para siempre. Después se apagó la música. Las mil banderas ondeando en las torres del Pilar quedaron a media asta. El genio, al menos, tuvo una despedida genial.