Nunca se sabrá si con otro portero el Zaragoza hubiese ganado ayer. Sí se sabe que Irureta no pudo con una pelota más bien mansa, como mucho de exigencia media. Mal colocado, lento, o ambas cosas, el vasco no supo cerrar una buena actuación en La Romareda. No fue una tragada al uso, sí un balón de los que se denominan parables. Fede Vico le estropeó un paradón anterior con un disparo tirando a mordido desde más de 20 metros para reunirle culpas. Dijo Agné luego que en esa jugada se tendrían que haber hecho tres faltas seguidas antes. No le falta razón al técnico, que no incluyó al cancerbero en la observación. Tendrá que ceder en su obstinación, no obstante, más pronto que tarde para dejarle el sitio a Saja, guardameta contratado precisamente para terminar con el largo debate de la portería, el de la escasa fiabilidad de Irureta, el de la falta de experiencia de Ratón, el del miedo, el de la inestabilidad, el de la perplejidad.

Se quedan los tres, eso quiere Agné, que aguanta el tirón con el cierre del mercado invernal pese a que su circunstancia es igual o peor que la que derribó a Luis Milla en octubre. Sea como sea, deberá jugar el argentino, de quien se necesita una adaptación rápida y un rendimiento inmediato para liquidar el problemón. Por ahí empezará a pasar el futuro de este Zaragoza que casi todos los días encuentra una excusa para sentirse mejor, sin atender a otros análisis, ya sean de fútbol o de los irrefutables resultados.

Quede claro que no fue toda la culpa de Irureta. Erik Morán perdió una disputa con Yelko y Marcelo Silva no cazó la pieza adecuada. No salieron más piernas definitivas al derribo y los demás recularon. Todos aquellos que lo hicieron creían que desde ahí era bien difícil que le marcaran gol a su equipo. El portero no pensaba lo mismo. Después tuvo tiempo de gritar aquello de ‘¡pero cómo le dejáis tirar!’.

La mortal jugada llegó viva hasta el último tercio cuando más de uno ya andaba cogiendo el tranvía. Daban por suficiente el gol de Cani, con quien no le basta al Zaragoza, visto está. Luego no alcanzaría a dar una explicación. Normal. «Aferrarse al 1-0 no es lo que hay que hacer, pero es lo que ha salido», dijo el zaragozano, que admitió que al equipo le costó mantener la pelota tras el gol.

En esa explicación se entiende por qué empezó a derrumbarse el Zaragoza. Nada nuevo por aquí. La desgracia se compuso más allá del minuto 90, pero bien pudo producirse antes. Cualquiera pudo imaginar que a su equipo no le bastaría con un gol para ganar el partido, mucho menos cuando el Lugo fue añadiendo peligro y oportunidades a su posesión. El equipo sigue sin atenerse a un estilo de juego concreto. No sabe jugar cuando gana, tampoco cuando necesita empatar. Pasan las temporadas, los entrenadores, los jugadores, y no hay manera de concebir un fútbol con ciertos patrones de elaboración, de control sobre los partidos.

El empate adquiere gravedad por la situación del equipo, no por el puntual infortunio. El sofocón viene derivado de su pésimo fútbol en el inicio del 2017, sobre todo de las extrañas decisiones de Agné, que ayer puso fin a su última ocurrencia. Rompió el muro de la medular y dejó los laterales a quienes mejor saben defenderlos. No era difícil adivinar que Zapater y Cabrera mejorarían lo anterior. A partir de ahí, Cani entretejió el fútbol del talento, con profundidad y lujos varios. Dejó un golazo y el partido encauzado. No fue suficiente. Con uno, aunque sea muy bueno, no basta.