Se habla mucho desde la llegada de Ranko Popovic de que el Zaragoza quiere girar su forma de entender el fútbol para acercarse a un diseño más dinámico, a una producción del gusto de La Romareda. Ya se sabe, fútbol de salón desde el primer pase. La idea es esa, según repite su entrenador, pero ninguna de las dos cosas ha cambiado. Se diría que si ayer hubiese jugado Willian José en lugar de Eldin --único cambio significtivo de un técnico a otro--, el partido habría sido bien parecido.

Le faltan horas de trabajo a Popovic, se entiende, se perdona. Más allá, se percibe poco cambio en este equipo que acaba encontrando las vías de peligro utilizando los mismos recursos que cultivó Muñoz desde aquellas semanas estivales donde los juveniles eran legión. Son dos básicamente los modos: el balón en largo para buscar la segunda jugada, que no gusta pero resulta más efectivo para el perfil de esta plantilla; y la presión y robo en tres cuartos de campo para salir rápido. Por lo demás, en versión bien extendida, se ponen en la olla todos los balones parados que no estén a más de 50 metros. Casi todos, vamos.

Por ahí iban los tiros antes. Por ahí siguen yendo, no conviene engañarse. Y no ayuda decir otras cosas, creerse lo que no existe. El Zaragoza es incapaz de construir un partido sólido porque es un equipo de fútbol flaco, siempre al albur de las circunstancias, tan dependiente de las características de sus futbolistas, que son los que son, como son. Que son los mismos, sobre todo.

A ratos se adivina lo que Popovic visualiza en su cabeza. Se vio en esa primera parte ante la Ponferradina, con la mayoría de las ocasiones generadas desde la presión alta, todo sea dicho. Un ratito se observó ayer en la segunda. Hay muchos peros aún. A sus múltiples y graves errores defensivos, que persisten desde la etapa de Muñoz, le contrapone el olfato de los grandes.

Tiene su mérito, no obstante, saber aprovecharse de las circunstancias que ofrece cada partido, que en el caso de Popovic han sido muchas y variadas. Cosas del azar, que no interesa. Ayer abusó de las carencias de varios futbolistas rivales, algunos con mucho fuste pero poco vuelo, para edificar su victoria, sobre todo en una tarde en la que Borja anduvo tarareando aquello de "hoy las musas han pasao de mí...".

Es difícil saber, además, lo que hubiera ocurrido en una segunda parte abierta, así que de poco sirve detenerse en la expulsión. Lo importante es que el equipo supo sobreponerse a un partido que estuvo tan cerca del 0-2. Los resultados han cambiado, gran noticia. Ha puesto fin a la insoportable racha de los últimos días de Víctor Muñoz, cuando árbitros y errores condenaron su inconsistencia, esa delgadez mental, esa frecuente fragilidad defensiva. El Zaragoza dejó de aprovechar sus virtudes y tampoco corrigió defectos. La consecuencia es bien conocida.

¿Se mereció ganar el Zaragoza? Sí, aunque debe ser inconformista con su rendimiento. Con ese fútbol es improbable que le alcance para el ascenso. Debe tener cuidado, está lejos de la verdad. Tiene que aprender a manejar los tiempos, a saber qué necesita, qué quiere, qué le conviene en cada instante. Ayer dejó momentos en los que no actuó con inteligencia, otra vez. En fin, que tiene dos caras, y la mala no parece suficiente como para pensar que es un candidato firme al ascenso. Y ese el objetivo, sin excusas, por encima de todo, incluso de su fútbol.