Después del tranquilizador 3-0 al Nástic de Tarragona, Víctor Fernández puso en el foco público la situación de Papu, recién regresado de su Georgia natal, donde pasó cerca de un mes recuperándose de una lesión que en Zaragoza no conseguía sanar. Ese «la información con él no es la que me gustaría» volvió a llevar al primer plano una problemática que el propio técnico no habrá vivido muchas veces en su dilatada carrera, acaso alguna y seguro de perfil diferente. Lógicamente, la declaración amplificó el caso, ya de por sí con una dimensión tremenda. En ese momento, Víctor Fernández, que ejerce involuntariamente como portavoz, como cara visible, de trinchera, en representación de y, por supuesto, como entrenador del equipo, solamente hizo de entrenador. Y rara vez da puntada sin hilo.

Como pronto, Papu puede estar apto para volver a ejercitarse con sus compañeros en los días previos a la visita del Alcorcón. Si no juega ese día, su regreso a un partido se acabará demorando otro mes desde su vuelta. Ayer, el preparador dio cariño público a su futbolista, al que las lesiones han perseguido toda la temporada, e incidió en la trascendencia de su ausencia, igual que hacía habitualmente uno de sus predecesores de puertas hacia dentro. Mucho desequilibrio y un buen puñado de goles de la segunda línea perdidos en el limbo.

Lesiones aquí, lesiones allá. Lesiones a todas horas. Sin embargo, lo que ha hecho el caso de Papu es elevar a la superficie un problema serio de estructura. De desconfianza, de recelos que el club debería afrontar y solucionar al final de la temporada.