Se pinchó el globo. Ni Láinez lo permitía ni los jugadores habían osado advertir públicamente de la rendija por la que iba a entrar la luz, la misma por la que se veía con cierta nitidez la zona de ascenso. Soñadores y realistas, con más o menos silencio, todos pensaban que el partido de ayer era como una bisagra. Si el Zaragoza ganaba, entraba hendiendo en la media docena de jornadas que restan hasta el final. Estaba permitido soñar a lomos del caballo ganador de César Láinez, que llegó parapetado con el escudo de la salvación y que, cuando estaba a punto de sacar la espada y gritar arrebato, se encontró con un ejercito temeroso. Cobardica, que se dice por aquí, fue el Zaragoza desde que puso el marcador en verde y la gente rugió convirtiendo aquellas quimeras en una nueva realidad. Atronó el ‘sí se puede’ con ese ardor que le pone la hinchada a los momentos principales y el equipo quedó petrificado, aplastado por la creencia de una afición crecida en conflictos bélicos de orden superior.

No está este Zaragoza llamado para batallas mayores en campo abierto. Bastaron los primeros minutos de la segunda mitad para comprender que no es fácil creer cuando se camina con vértigo junto al precipicio. Ni siquiera el impulso de la fe externa fue capaz de poner al Zaragoza a los pies de la quimera. Se despistó el portero, se desinflaron los laterales, se agotó la magia de Pombo, la sensatez técnica de Edu Bedia. Unos le llaman experiencia, otros carácter. La diferencia, sea como sea, la puso el miedo, concretado en decenas de pases hacia territorio propio.

El equipo se fue recostando sobre su área tras el descanso, esperando que el partido fuese a abrigarle el sueño como en las últimas semanas. Apareció el coco, sin embargo. Le dio un susto de con el empate. El 1-2 lo dejó paralizado. Bien pareció que ese gol valió por tres, ya en esos minutos en que los macilentos músculos dominan las cabezas, consecuentemente el juego, el partido. Pudo empatar Ángel, lamentaron después. Cierto es que Jorge Molina y compañía no sentenciaron antes por displicencia.

Quedará el regusto de saber que la casa se guarda un estupendo entrenador para el futuro. Es de presente, se ve bien claro. Pero él ha dicho no y el club hace días que pensó el recambio, ya desde que quiso dejar morir la temporada con Agné. Casi muere, sí. Disparate de novato. El tiempo ha demostrado que con un par de meses más de Láinez se habrían convertido algunas fantasías de última hora en realidad. Quizá.

El técnico ya dejó dicho que no era su momento. Así que volverá al filial, esta vez consciente de que el primer error del nuevo lo devolverá al primer plano, ese lugar en el que se trabaja reincidentemente mal. Dan igual Popovics, Herreras o Millas, por decir. Es sonrojante ver la condición física de este equipo profesional, de un Zaragoza que combate con lastimosa fatiga. Solo puede implorar milagros, tan inferior en condición y en fortaleza mental. Láinez quiso despertar a la bestia, pero se ha encontrado con un animal feo, viejo y herido, con un club irracional que necesita cambios, menos egotismo y mayor sensatez. Debería empezar por convencer a su actual entrenador. El nuevo imperio zaragocista debería empezar por César.