Después de una derrota en domingo, lunes de pesimismo. Es el cauce habitual de la vida en el deporte, que inevitablemente palpita al ritmo de los resultados, más todavía en una plaza como la que nos ocupa, acostumbrada durante décadas a fiestas mayores y sumida durante los últimos ocho años en la oscuridad más absoluta. Y eso es consecuencia del único hecho cierto e irrebatible de todo este ciclo: deportivamente las cosas se han hecho mal. Por ello, el Zaragoza continúa en Segunda, a pesar de la propaganda y de la generación de héroes que acaban teniendo los pies de barro.

En ese entorno permanece encallado el equipo, ahora con un proyecto con numerosas novedades, futbolistas que todavía deben definir sus roles y su nivel real en el contexto en el que juegan, con siete puntos sumados de doce posibles (excelente relación entre lo exhibido y lo conseguido), las dudas lógicas que cualquier derrota acarrea, el debate sobre el modelo de Baraja y la necesidad de flexibilizarlo y las mesas redondas sobre la capacidad de la plantilla en cada rincón de la ciudad.

En lunes de pesimismo, todo se tiñe de negro y, obviamente, se pueden encontrar argumentos en esa dirección. El Zaragoza es un equipo rígido, con un ataque en estático pesadísimo, con problemas en el centro del campo y dificultades para generar ocasiones desde su punto táctico de partida. Hoy todo se ve difuso. Nada claro. Sin embargo, y aunque a la plantilla no le sobra nada, sí tiene algunos futbolistas a partir de los que construir cosas interesantes. Chavarría es un acierto completo, Bermejo puede aportar el dinamismo que le falta al equipo entre líneas, Narváez es un jugador que raramente no rendirá en esta categoría, Jair está por debutar, Tejero tiene recorrido, al mejor Cristian se le vuelve a esperar… Elementos a partir de los que levantar un equipo que compita cada jornada en Segunda.