Parecía que Borja Iglesias iba a ser eterno. Que el Zaragoza iba a ascender e iba a seguir aquí por muchos años. Esta era una creencia basada más en el deseo y el anhelo que en la lógica, ya que su continuidad dependía de un puñado de externalidades. Esa esperanza por ver al adorado ariete gallego envejecer bajo la elástica blanquilla se fundió a negro en esa tarde de sueños ahogados que permanecerá imborrable en la memoria de todos los que estuvieron en el coliseo zaragozano. Tras el pitido final los futbolistas cayeron al suelo desolados. Las cámaras apuntaron hacia un Borja inconsolable. Llorando a moco tendido. Acto seguido los fieles que seguían en el estadio, orgullosos también en la derrota, rompieron con un «Borja quédate». Morían por seguir junto a él. Nadie quería ver partir a este hijo adoptivo, pero entre tristeza y satisfacción pudieron asimilar que merece una categoría acorde a sus necesidades. Las que ahora no le podía dar su Zaragoza.

Porque en la ciudad del Ebro lo ha conseguido todo. Nada más llegar fue recibido por el calor de cientos de personas. Por aquel entonces era un chaval que todavía no había jugado en el fútbol profesional; tan solo era el máximo goleador de la historia del Celta B. Su presentación fue la primera parte de esta historia repleta de romanticismo. Kase.O, ilustre músico zaragocista, le tendió su mano. «Tenía que ser una señal», dijo Borja sobre este encuentro, ya que se trataba de uno de los raperos que tanto escuchó durante su infancia. De aquella conexión mística nació una relación eterna, parte de ese círculo; su gente y, además, un extraordinario disco de su amigo Javier Ibarra.

Normalmente los futbolistas tienen dos caras; la personal y la deportiva. Borja Iglesias es una excepción en su profesión. Va más allá de su brillante faceta goleadora, o su capacidad para ser totalmente decisivo sin disparar ni una sola vez a portería. Su encanto reside en esa sonrisa permanente que no excluye a nadie. Él hace de su calurosa normalidad una poderosa virtud, algo que rompe radicalmente con los cánones del fútbol actual, donde los jugadores tienden al hermetismo o a los falsos aires de grandeza. Borja no es así. Jamás ha negado una foto a ningún chico. Una nobleza que reside también en la familia que le arropa. Aquellos que antes de los partidos escuchan el Esto no para y al descanso el Mil banderas ondearán. Su padre Marce, su madre Maite, su hermana Andrea y su Teresa, otra de los motivos por los que Zaragoza ya es parte de su vida. «Gracias por quererme y respetarme en cada decisión. Os quiero mucho», expresó en su carta

El legado de Borja es perpetuo. Desde que ayer emitió una emotiva carta de despedida por la mente de todo zaragocista ya se fantasea con el día de su regreso. Hay que hacer un esfuerzo para recordar otro futbolista del Zaragoza que haya sido tan amado por la afición. Su despedida ha dejado un pequeño vacío, ya que a lo largo de este año ha llenado el corazón de miles de aficionados. Su próxima parada será en la máxima categoría del fútbol español. «Sigue repartiendo arte con tus goles», le escribió su amigo e ídolo Kase.O en la portada de su disco. Un círculo que llegó a su final pero no se cerró, «una casualidad mágica», como dijo su madre. «Os quiero có», reza su carta. Su idilio con Zaragoza va a ser eterno.