Es verdad que faltaba Luis Suárez. Es cierto que la baja de El Yamiq, a años luz de su momento cumbre, causa desasosiego. Nadie reprocha a quien recuerda que Vigaray ha regresado de la enfermería bajo su propia sombra y que Puado, notable contra el Rayo, necesita algún partido más. Refugiarse en las excusas, al menos en esta nueva derrota, sería sencillamente ridículo. Cada equipo pasa su purgatorio y sufre sus árbitros. Ahora mismo el Real Zaragoza, además, está padeciendo a su entrenador, un Víctor Fernández que encadena pésimas decisiones con el rostro desencajado, casi fúnebre. Otra vez metió a Guti en la gatera del centro del campo y otra vez reunió a dos supersónicos en el mediocentro. En Girona fueron Dani Torres e Igbekeme para gloria del equipo catalán. En esta ocasión Trejo alcanzó la excelencia frente a Eguaras y Dani Torres, a quienes regaló una lección majestuosa de lo que significa darle la temperatura adecuada a cada instante de un partido.

Víctor es inocente del pie de yunque de Atienza, un central grande que no da la talla. Fue el héroe por unos minutos al marcar el gol del conjunto aragonés, situación que resolvió como los delanteros legendarios. Después, afloró ese defensa primitivo que regala balones como si fuera Santa Claus. Hasta los renos tiemblan cuando coge las riendas de la pelota. Pero habría que profundizar en la mente del técnico aragonés para comprender el porqué ese empeño en vulgarizar a Guti y, como consecuencia, en rebajar la poca calidad física y futbolística del Real Zaragoza pospandemia. Cuando lo puso en su sitio, ya por detrás en el marcador, asistió en el tanto de Puado y reavivó la pusilánime llama de su equipo. Demasiado tarde porque Paco Jémez había decidido bajar la persiana del negocio como antes había decretado cómo y de qué manera se iba a disputar el encuentro.

Como le dio la gana. Jémez le ofreció a Víctor una katana y el aragonés se hizo el harakiri. El exjugador del Real Zaragoza, apasionado así le marque un gol Atienza, configuró una alineación para ganar en La Romareda, sin la menor duda. Alcorcón, Almería y Huesca le habían indicado el camino. Tenía le necesidad de hacerlo, pero también la suficiente destreza como para ejecutar su plan como un reloj suizo. Una vez que empató Juan Villar, como estaba en las santas escrituras de una propuesta cargada de variantes ofensivas y ocasiones, siguió a la caza de los tres puntos, insatisfecho con una tarta porque lo suyo era asaltar la pastelería de desangelados merengues. Víctor aceptó el desafío cuando sus muchachos lo que necesitan es cargarse de vigor y cordura en las alineaciones. No es el caso cuando se apuesta por Burgui, puro algodón de azúcar, en lugar de Soro. No lo es.

A campo abierto, el Rayo Vallecano es una fiera. Un conjunto anárquico y defensivamente vulnerable pero letal si le sale un mal imitador. El Real Zaragoza quiso seguirle el juego sin atender a la lógica. Con un once muy mal concebido y en crisis de identidad. Y sin Luis Suárez, hay que reconocerlo pese a que el colombiano lleve un tiempo conduciendo en dirección contraria. ¿Qué le está ocurriendo a Víctor Fernández? Si interviniese el VAR con los entrenadores, dictaminaría que está en permanente fuera de juego. Varios metros. Y aun así, con cuatro puñaladas en el portal de casa y algún navajazo de mano amiga, el Real Zaragoza sigue vivo. Necesitando una transfusión urgente desde el banquillo.