Cuando se enteraron de que Borja iba a firmar por el Real Zaragoza estalló la alegría en el hogar de los Iglesias-Quintás. No podía ser de otra manera. «Creíamos que era cosa del destino, tenía que ser en esa ciudad», dice Maite, la madre más orgullosa. El mayor de la casa iba a tener su primera oportunidad en el fútbol profesional, aquello por lo que había suspirado desde que apenas levantaba unos palmos del suelo. «Me decía, ‘papá, yo voy a ser futbolista’. Nunca te crees que pueda convertirse en realidad y ahora que ha sucedido no nos lo terminamos de creer», dice Marcelino, el padre más feliz.

Zaragoza era una ciudad que ya figuraba entre sus deseos de futuro. Ahí estuvo toda la familia cuando Borja se desplazó para defender la camiseta del juvenil del Villarreal. «Quedamos enamorados del sitio. De la plaza del Pilar, de sus calles, de los 40 grados que hacía durante aquellos días... Y mira, años después, cosas de la vida, se ha convertido en una ciudad inolvidable para nosotros», recuerda Maite. En la capital de Aragón Borja está realizando sus sueños de la infancia. Aquellas ilusiones inocentes, propias del pequeño futbolista que suspira con enfundarse una camiseta y emular a sus ídolos. Saltar al césped, marcar un puñado de goles y celebrarlo con la gente.

Así lo imaginaba Borja cuando jugaba en su casa. Lo hacía vestido de corto, con zapatos y todo, en ese largo pasillo donde comenzaron los primeros pelotazos. «Rompía todas las lámparas. No quiero imaginar la paciencia que tuvo que tener la vecina de abajo. ¡Se regateaba hasta a nuestro perro!», relata Maite entre risas. «Bueno, yo jugaba también con él. Alguna rompí yo, pero creo que la culpa se la llevó él», confiesa Marce. Ahí nació su vocación. Siempre al lado de Emilio, su inseparable amigo, casi hermano. Juntos jugaban, charlaban y les llevaban al aeropuerto para ver a esas estrellas que tanto veneraban. Como el día que estuvieron con Fernando Torres. «Así surgió su personalidad. Los miraba con admiración, queriendo estar un día en su lugar. Y míralo, está en un equipazo y encima le tienen tanto cariño… No podemos pedir más», comenta su madre.

La familia entera ha apoyado a su chico en todo momento. Sus padres, su hermana Andrea... Todos han vivido por sus éxitos, como su abuelo materno. La persona que en tantas ocasiones le llevó a entrenar, alguien especial, fue quién le regaló su primera pelota de cuero. «Ojalá pudiera estar aquí para verlo, tenía la ilusión de que fuera futbolista profesional. Se emocionaría mucho», dice Maite. Su apoyo les ha llevado hasta un sinfín de lugares por España. En la presente campaña han estado en multitud de estadios, siempre partiendo desde Santiago en su coche. «Hacemos unas siete horas y media de trayecto, a veces dormíamos en Burgos para no despertarle por la noche». Los sacrificios de sus seres queridos por alentarle en directo. «Hay veces que hemos vuelto a casa un domingo a altas horas de la madrugada y al día siguiente había que trabajar. Pero por verle jugar hacemos lo que sea». Aunque no todos sus desplazamientos han sido sencillos, en algunos campos tuvieron que lidiar con elementos muy variopintos.

En Tarragona estuvieron en el fondo donde Borja Iglesias recibió esa la avalancha de insultos por parte de los seguidores tarraconenses. El día donde marcó uno de sus goles más emblemáticos. «Mandó callar porque tuvo que escuchar muchísimas cosas horribles desde la grada», comenta su padre. Jugó en Los Pajaritos y ahí estaban sus séquito de fieles. Apoyándole. Aunque tuvieron algo de compañía. «Había un señor del Numancia que cuando terminó el partido sacó el móvil y nos enseñó la clasificación. ‘Sois octavos’, nos dijo. Se daría cuenta de que no importa como empieza, sino como acaba», explica Maite entre risas.

El destino de su Borja ha hecho que esta familia haya quedado hechizada por el Real Zaragoza —tal cual—. Siempre que juega Borja hacen el mismo ritual: antes del partido suena Esto no para de Kase.O, en el descanso ponen Mil banderas ondearán: «Es una tradición familiar que le va bien».

Amado en Zaragoza / Aquel chaval que jugaba a darle patadas a los tapones de las botellas es ahora un fenómeno futbolístico y social, puesto que quedan pocos seguidores del Real Zaragoza que no tengan una foto con Borja. «A veces hablo con él por teléfono y me dice ‘mami, un momento que me hago una foto’, es muy gracioso», explica Maite. Sus goles, la actitud humilde, y esa sonrisa permanente han hecho que toda la hinchada blanquiazul se derrita por él. «Estamos encantados. Encima se rodea de muy buenas personas, como Kase.O, al que escuchaba cuando era joven, y ahora es uno de sus mejores amigos».

El corazón de Borja está lleno del cariño de su familia, de su gente y los aficionados. «Soy de lágrima fácil y Borja hace que me emocione permanentemente», relata Marce. En Zaragoza ha conocido el lado más hermoso del fútbol. Así lo sienten sus padres, rebosantes de orgullo por ver las fantasías del pequeño de la casa hechas realidad. Esta ciudad de leones ya será eterna para Borja. Una aventura que comenzó con aquel presentimiento de Maite,

Ante el Valladolid celebraron su primer hat-trick como zaragocista. Algo que desató la euforia en el salón del hogar de los Iglesias-Quintás. Cuando Borja les enseñó la pelota firmada alucinaron. «Lo que más nos gustó fue la dedicatoria de Lalo. Dijimos, ‘¡qué fuerte!’», explica Maite. No solo el director deportivo del Zaragoza suspira por él. Toda la ciudad, su ciudad, desea con esperanza que uno de los jugadores más especiales de los últimos años siga con ellos. «No sabemos qué pasará el próximo año. Nuestro consejo es que esté donde se sienta feliz», relata Maite Quintás. Una familia, un entorno cada vez más amplio y una multitud de seguidores que con su apoyo, cariño y admiración llenan con ternura el corazón de Borja Iglesias.