Es inevitable quedar cautivado por la belleza estética de los pases de Eguaras, por esa capacidad singular para ver luz donde la mayoría solo percibe oscuridad. Es ineludible que el gol, misterio o locura, desate el entusiasmo y que sobre la figura de los goleadores se centren las alabanzas. Luis Suárez, cuatro en cinco partidos, Kagawa y Dwamena, dos por barba, protagonistas centrales de la última victoria el domingo. Es natural disfrutar una y mil veces de una jugada tan brillantemente ejecutada como la del 2-1 al Extremadura, donde los mejores futbolistas del Real Zaragoza construyeron una obra de arte, un elogio a la creatividad, a la perfecta ocupación de los espacios, a cómo hacer grandes los lugares pequeños, a la inteligencia posicional, a la buena técnica y a la más fina y exquisita resolución. Es lógico que esos últimos 15 minutos de éxtasis sean lo que perdure en la retina.

Es inevitable y justo. El gol es la razón de ser del fútbol. Sin embargo, mientras tanto, al otro lado del campo, donde los tantos se celebran en soledad, el Real Zaragoza tiene una estrella sobre la que hay que volver a poner el foco. Un guardameta humilde, que rehuye el primer plano pero que cada vez que su equipo lo necesita se convierte en protagonista principal. Contra el Extremadura, cuando el Zaragoza perdió el control del partido y sufrió, Cristian mantuvo en pie a su equipo con una rutinaria excepcionalidad.

En estos años, el club ha seguido una doble línea de trabajo en la planificación. Apuestas por jugadores jóvenes y revalorizables, entre ellos muchos canteranos, y futbolistas veteranos con expectativa únicamente de rendimiento deportivo, no económico. El portero argentino fue una oportunidad casual del mercado que se ha convertido en una realidad de oro. Camino de los 34, los hará en noviembre, ha mantenido una tremenda fidelidad al club después de dos temporadas a un nivel extraordinario. Ha acostumbrado a actuaciones con un cariz decisivo. Los focos de la gloria siempre apuntan a los atacantes, pero Crisitan es una estrella que brilla a la altura de las más resplandecientes.