Hasta aquí ha llegado un Real Zaragoza al que las heridas de gravedad que sufría desde el fin del confinamiento y la infinidad de golpes sufridos durante toda esta eterna temporada han acabado por llevarse por delante. No habrá ascenso tampoco esta temporada, al menos, en el campo porque el club ya ha pregonado a los cuatro vientos que removerá Roma con Santiago para hacer valer sus derechos en los despachos. Considera la entidad que este playoff está adulterado porque atenta contra la equidad al haber impedido actuar a Luis Suárez, al que la demora acumulada por LaLiga en la celebración de la promoción ha cogido ya de vuelta a Inglaterra. Allí, el Watford, club que posee sus derechos, se negó a prorrogar un préstamo que ya alargó desde finales de junio a principios de agosto.

Así que el fin de la batalla campal coincide con el comienzo de otra a nivel jurídico. Los tribunales deberán pronunciarse acerca de todo lo que viene sucediendo en el fútbol español desde aquella tarde de julio en la que el Fuenlabrada detectó un par de positivos en su plantilla y que apenas unas horas después se había extendido hasta afectar a casi una treintena de efectivos de la expedición que se desplazó a La Coruña para disputar una última jornada. El gran error primario de todo esto. El principio del fin.

El Zaragoza se va de vacaciones con la sensación de haber dejado escapar su gran oportunidad. El chandrío en las instituciones deportivas, especialmente en LaLiga, ha sido decisivo para echarlo todo a perder, sí, pero solo una vez concluida la temporada regular. Porque del fiasco acontecido desde el fin del confinamiento no se puede señalar a nadie que no sea al propio Zaragoza. La raquítica cosecha de puntos en este periodo le convirtió en uno de los peores equipos de la categoría tras la paralización del fútbol. El conjunto aragonés ha sido un agujero atrás al que todos marcaban y un espectro en La Romareda, donde todos ganaban. Todo ello fue minando su mortal y arrebatando aquella identidad adquirida a base de personalidad y carácter durante la mayor parte del campeonato.

Aquel Zaragoza que obligó a los suyos a soñar con que este era el año se había convertido en un alma en pena. Aquel entrenador superior que había impartido infinidad de lecciones de grandeza acumulaba ahora errores impropios en la gestión de una plantilla, corta a la que abrasó sin apenas hacer cambios a pesar de jugar cada tres o cuatro días y de lesiones importantes. Aquella escuadra disparada hacia Primera se había convertido en una vulgaridad.

Y da rabia. Mucha. Porque el Zaragoza había sido capaz de superar cada uno de los numerosos obstáculos puestos en el camino hacia la gloria. Nunca antes un equipo se acercó tanto a la inmortalidad. Dos bajas por enfermedad cardiaca (Etinof y Dwamena), otras tantas de larga duración (Zapater y Ros), lesiones reiteradas de jugadores determinantes como Vigaray o James, tres aplazamientos, un par de juicios, un jugador (Atienza) pasando una noche en los calabozos...Todo eso superó un Zaragoza destinado a Primera. Nada parecía impedirlo. Era la temporada. Solo una catástrofe inimaginable podía apartarlo de su sueño. Pero llegó. Una pandemia que se ha llevado por delante cientos de miles de vidas en todo el mundo, al que sigue manteniendo encogido, lo paró todo. También al Zaragoza. Tres meses duró un paréntesis que devolvió a un equipo completamente diferente. Ni rastro de aquella escuadra solvente, sobria, eficaz y poderosa. El Zaragoza pasó a ser un despojo, un alma en pena. Un espectro en el que se amontonaban los errores garrafales. EL Zaragoza era otro. También Víctor, desconocido.

Semejante pérdida de facultades le costó el ascenso directo, pero el Zaragoza, tercero al término de la temporada regular, afrontaba el playoff dispuesto a no desperdiciar la segunda oportunidad. Y ahí volvió a ser maltratado al obligarle a jugarse la vida sin su mejor soldado. Sin Suárez y sin Puado, víctima del maldito covid-19, el león ha sido un cachorro sin dientes ni agresividad. Ni un solo gol ha sido capaz de marcar al Elche en 180 minutos. Tuvo ocasiones, pero no pegada.

Acaba una temporada partida en dos. Aquel sueño se ha convertido en una pesadilla que provoca sudores fríos y congoja. Será, si los despachos no lo impiden, la octava temporada del Zaragoza en Segunda. Ahí es nada. Una debacle. Una ruina para un club que solo se ha asomado a Primera a través de un playoff traicionero y despiadado. El Zaragoza es de Segunda. El cuento de nunca acabar.