Las manías de Paco Herrera comienzan a hacerse insoportables. Bien está que sea un tipo honesto y agradable, que desde el primer día pusiese su buen talante al servicio de la normalización zaragocista, apartando esa crispación tan cotiadiana en tiempos de Manolo Jiménez, de Javier Aguirre, siempre con el imputado Agapito; y bien está que haya llegado hasta aquí con cierta desenvoltura. A estas alturas de temporada, sin embargo, sigue dejando demasiadas dudas, sombras, y la certeza de que esta temporada se terminará sin que nadie pueda explicar cómo juega su equipo, un hecho que, por sí solo, ya es bastante grave.

Ni siquiera él es capaz de poner luz a la opacidad zaragocista, o de explicar por qué a ratos necesita tanto el rombo y otras veces lo derrumba porque le falta un único hombre en la medular. Al margen del cargante Paglialunga, solo quedó vivo en la medular Luis García, para hacer más o menos lo mismo de siempre. Ya se sabe, casi nada. Barkero se fue al banquillo y cuando salió lo hizo de carrilero, una vez que decidió sentar a dos de los tres laterales zurdos de la plantilla, que ayer ocuparon, por decirlo así, la banda izquierda del equipo. Al otro, al prescindible Paredes, se lo llevó de paseo hasta Lugo para sentarlo en la grada. Una más de esas cosas tan raras que pasan en el Real Zaragoza, decidido a sacar de quicio a los suyos. Ayer, tan lamentable fue el planteamiento del técnico como la actitud de los futbolistas.

Si hay una cosa incomprensible, no obstante, es que siga manteniendo a Víctor Rodríguez en el banquillo. Lo razona en que es el único capaz de aportar cosas diferentes. Y sí, es verdad. Las suele hacer en los 20 o 30 minutos que le tocan, cuando aparece con la obligación de cambiar la inclinación del partido. Pero, vamos, de toda la vida al que es capaz de hacer lo que los otros no saben, se le pone de entrada. Luego, si acaso, se le manda descansar, hasta se le aplaude si toca. Vamos, que nadie se guarda a los buenos en el banquillo, y menos si no abundan.

Es para pasmarse también que haya decidido no darle ni un minuto a Henríquez, o que no sea capaz de resolver los problema tácticos, o que vuelva a los pecados por los que se le condenó en el pasado, cuando su equipo ni tenía el balón ni lo quería. Lo bailó el Lugo ayer como lo hizo el Barça B la semana pasada. No había otro equipo igual que el de los críos, no volvería a pasar. Eso dijo. No sería igual, pero el baño fue parecido. Y el ridículo.

Una ocasión

El Zaragoza no pisó el área rival ni una vez en el primer periodo. En el segundo sumó una ocasión de gol, bagaje completo de todo el partido en el imponente Ángel Carro. Lo de imponente es un decir, claro. El campo estaba mal, se apresuraban a filtrar antes del comienzo. Preparada la venda antes de que se abriese la herida, se vio que estaba mal, sí. Mal para el Zaragoza. El Lugo tocó y tocó, se paseó entre olés y ganó porque lo mereció.

Diríase pues que el entrenador anda extraviado otra vez. Ayer dijo que cuando hay lesionados, al equipo no le alcanza. ¿Qué hacer entonces? Rendirse, pareció dar a entender, obviando que lo hace en una tierra donde se vive en recuerdo constante de episodio nacional. "La muerte al que esto diga", decía Galdós. Bien, a Paco Herrera ya estuvieron a punto de enterrarlo en la primera vuelta. Ahora da la impresión de que está frío otra vez.