No estaba el día para uno de aquellos mensajes pasionales que tanto han elevado su figura hasta la condición de guía espiritual del zaragocismo por demostrada integridad. El tiempo pasa factura y el desgaste por verse de nuevo frente a otra situación problemática, también. Alberto Zapater, justo capitán de la tropa aragonesa, lanzó ayer primero un capote a Imanol Idiakez y luego imploró por que volviera la estabilidad, compañera imprescindible de viaje en las aventuras futbolísticas con final exitoso.

La inestabilidad genera inquietud, nerviosismo, agitación y, por consiguiente, más inestabilidad. Al paso por mediados de octubre, el Real Zaragoza se encuentra sumergido en uno de esos momentos de los que, desgraciadamente, ha hecho costumbre en esta fatigosa etapa en Segunda. Como si el bucle fuese infinito y el laberinto no tuviera salida. Una vez más, el entrenador está más para allá que para acá con solo nueve jornadas de Liga disputadas. Nada provoca más desequilibrios que esa incertidumbre.

Imanol Idiakez se enfrenta a una semana decisiva para su futuro por obra y gracia de las últimas cinco jornadas de Liga, en las que el Zaragoza ha perdido el norte que halló en las cuatro anteriores. No solo han sido las derrotas, sino sobre todo la desnudez del técnico para encontrar soluciones tácticas a las trampas de los rivales. Su actual situación de interinidad genera también daños colaterales. La inestabilidad, lo contrario a la estabilidad que Zapater reclama, se extiende a todos los niveles. A veces el cambio de entrenador puede ser una gran solución. Pero nunca deja de ser un pequeño fracaso.