El partido fue un bodrio parecido a muchos de los que cualquiera puede recordar de las últimas temporadas. Sorprendió en este Zaragoza que, aun esporádicamente estropeado por su confusión en defensa, siempre ha sido animoso en su intento de generar alegres situaciones en ataque. No lo hizo ayer a pesar de que conocía el guion que le iba a plantear la Cultural. Le quitó el balón el equipo visitante un buen rato y lo pasó mal. No fue mejor al otro lado, cuando encontró sus momentos para la circulación, lenta, lentísima, tan previsible.

Se mostró turbado, revuelto en un juego pastoso que le impidió sacar partido de la supuesta superioridad individual. No fue el día de Febas, desde luego. Ni de Toquero, que no entendió su rol a ratos. Tampoco de Borja Iglesias, al que le van estrechando los caminos conforme avanzan las jornadas. No fue el día, en verdad, de casi nadie. Diríase que el equipo dejó las peores sensaciones de la temporada en casa. ¡Ay, las sensaciones! Sirven para la autocomplacencia, pero no suman puntos. El Zaragoza, con 12 partidos, suma solo 15. No hace falta explicar que son muy pocos, que con eso le va pelado para alcanzar la permanencia, que va siendo hora de cambiar la condescendencia por realidades. Ayer quedó a un Zaragoza incapaz de producir fútbol ni ocasiones ante un recién ascendido en su estadio. Venía de empatar ante el colista, un filial que no ha ganado aún.

El bloque de González pareció un tanto obtuso en el ideario y su desarrollo, por momentos incluso zafio con el balón. No encontró las superioridades ante la defensa de cinco, ni fue capaz de ganar alguno de los centros laterales. Cuando llegaba el balón a las bandas zaragocistas, con Delmás o Alain, el rival estaba bien armado, tranquilo, preparado para el despeje sin azoramiento. Tampoco buscó desmarques de ruptura ni encontró pasillos por dentro, así que se le fue coagulando la sangre al mismo tiempo que el partido, espesorro hasta el final.

Cierto es que ante un sistema hermético como el de la Cultural, hace falta tener precisión en zonas absolutas. El Zaragoza no la tuvo. Ni concreción, ni claridad, ni calidad. Fue aplastando a su rival con el paso de los minutos, más por necesidad que por fútbol, para ver si sacaba fruto de algún barullo cuando a los leoneses ya hacía rato que el punto les parecía oro de 24 quilates. Tampoco se llegaron a asustar, sea dicho. Podía imponer más el escenario, el arreón último de la gente, que este Zaragoza que puso fin a la Liga de las sensaciones. Ayer, como en Sevilla, no transmitió. Fue un equipo tan insustancial como incapaz.

Dice Natxo González que los números, más o menos, son los que había previsto en verano cuando se planteó los objetivos parciales. No dijo cuál es su propósito final, pero se le debe suponer. Así que se debe considerar que el Zaragoza va a ir creciendo de manera inexorable las próximas semanas. De momento, más le valdría separarse de la complacencia y exigirse los triunfos que necesitará. Si no es así, se le escaparán los primeros vagones con las luces de Navidad. No digamos ya los que vayan en la locomotora. Todos esos pasan olímpicamente de la liga de las sensaciones.