Mira que corrió el Real Zaragoza, que fue ordenado en la primera mitad y honesto en la segunda y aburrió al Leganés, doctrina, la de hechizar de bostezos al enemigo, que parece que marcará esta su octava temporada en Segunda. Con Jair, hasta que los músculos le aguantaron en su debut, ganó en firmeza defensiva, lo que propicio un contagio general muy saludable para competir. Pero tiene tan poco... Su guión consiste en resistir, en presionar, en luchar. Sin embargo, a su naturaleza le faltan verbos capitales que conjugar en este juego como inventar, asociar y sobre todo golear. En Butarque fue un bloque más homogéneo, que es lo que persigue Rubén Baraja. Ese hormigón que extiende por el campo acaba siendo su propia trampa porque mucho que desertices los partidos, en algún monento necesitas agua, un pequeño oasis para refrescarte, y el conjunto aragonés está seco en sus entrañas.

El técnico confía en una evolución con un equipo que predica la involución más por insufiencias que por convencimiento. Contuvo al Leganés y le permitió, por errores, dos ocasiones de oro con Cristian en mitad de los raíles para detener los trenes. El argentino sigue siendo un valor al alza. El otro, Jair, promete ahuyentar un buen números de sustos. Pero en el corazón, apenas se le escuchan latidos. Adrián iba a acompañar a Eguaras y se lesionó en el calentamiento, imprevisto resuelto con Zapater. El motor, por lo tanto, continuó gripado pese a que al entrenador no parece que ese aspecto, el de la creación, le preocupe demasiado. El problema es que la profundidad de las bandas es más bien tímida y apenas flexibiliza un planteamiento directo. Cunde el atasco, falta jerarquía y el balón lleva dentro más arena que ingenio. Ni Bermejo ni Chavarría dieron lo que se esperaba.

No fue su peor actuación, ni mucho menos. Si se da por bueno que al Leganés le nubló casi todos los horizontes. Aun así, la habilidad de Arnáiz y la laxitud defensiva a la salida de un córner le condenó e hizo inútil tanto pasar la escoba por el portal. Porque a su limpieza de espíritu corporativo le acompaña, además de una medular en blanco y negro, una tremenda ingenuidad atacante. Narváez, muy dolido tras un golpe madrugador, no pudo expresarse como le gusta, mientras que Vuckic permanece en el cruce de caminos de descubrir si es un delantero con futuro o un poste de señalización. La cantimplora de Baraja, para estos largos paseos por el páramo, necesita algo de líquido ofensivo. Si no, el Real Zaragoza se ida deshidratando en sus esfuerzos por las dunas del aburrimiento.