Nada es eterno y Agapito Iglesias tampoco lo será, por mucho que siempre se haya comportado como un redentor, un nuevo pobre rico que prometió el cielo con billetes de monopoly y ha terminado llevando al Real Zaragoza a la ruina más profunda, gestos de ostentación mediante como aquel paseíllo premonitorio y vergonzante con Aimar bajo el brazo. Agapito no es inmortal ni tampoco lo será su posición de predominio en la propiedad. Acabará cuando él lo decida porque para eso es suya, pero acabará. Eso será más pronto que tarde. Ni siquiera alguien tan obstinado y contumaz como él puede abstraerse de realidades superiores.

Mientras ese día llega, el Real Zaragoza continúa derrumbándose deportivamente hasta ponerse a la altura de la caída de la institución y de su economía. Agapito Iglesias se irá y cuando se vaya atrás dejará escombros, quiebra, desolación y el daño moral y social más grande que jamás nadie le hizo a este club. A su lado habrán pasado decenas de cómplices, algunos de larguísima duración como los incalificables Checa y Cuartero, responsables en grado casi máximo. Otros, actores con papeles de más o menos relevancia en la caída a los infiernos del Real Zaragoza, cada cual con su cuota de competencia en el cataclismo. Pitarch, Prieto, Herrera, Poschner y decenas de jugadores y un buen puñado de entrenadores. Todos con algo que ver en que la realidad sea tan sombría como es, pero ninguno con la carga de culpabilidad de Agapito, ejecutor principal de esta catástrofe.

Ver La Romareda ayer, tras la derrota que definitivamente aleja cualquier sueño de promoción y abre la vía al sufrimiento en las últimas cinco jornadas, verla callada, resignada, mansa, vacía, conformada y rendida a su triste destino, es el ejemplo más vivo del muerto en el que el soriano ha convertido este club. El día después de Agapito no se abrirán los mares. Costará mucho reparar el daño. Y habrá desengaños. Pero ese día, salvo que el soriano haga de la sucesión un nuevo problema, debería ser el primero de la recuperación de un sentimiento que está cansando como nunca. Debería ser el primero del renacimiento de una militancia zaragocista renovada, de la unión, la cohesión y la esperanza. El primero para demostrar que Agapito ha matado al Zaragoza, pero que no ha logrado matar al zaragocismo.