Medina Cantalejo fue como una bomba atómica para el Real Zaragoza. Sus efectos, en una desgraciada noche de desafortunadas decisiones, resultaron devastadores para el conjunto aragonés y para el fútbol en general, incluidos sus colegas de profesión, que tardarán, si son honrados, mucho tiempo en lavar la cara de vergüenza al colectivo arbitral. De luto integral salió a San Mamés el colegiado, y la verdad es que no pudo elegir mejor color para enterrar a un equipo que había actuado con absoluta honestidad y superioridad ante un Athletic inferior, de vuelo corto y cuchillo largo. Resulta muy difícil comprender por qué una persona opta por desfigurar la realidad, por qué, sin razón aparente, toma partido por un equipo y odia al otro conduciéndolo al desquiciamiento. Sin entrar en esa laberíntica mente por peligro al contagio ni someterse a un estudio freudiano, sólo se halla una respuesta coherente y una solución consecuente a la locura que fue ayer el encuentro celebrado en Bilbao: la escasa cualificación de Medina Cantalejo para dirigir en cualquier categoría y la exigencia de su inmediata destitución por el bien general.

IGNORANCIA La petición de la baja deportiva de este personaje, sin duda, es ingenua en un sector de fariseo corporativismo, aunque la carga de justicia de la sugerencia supera con creces a Medina Cantalejo, quien con más ignorancia que malicia (hay quien le recuerda por otra actuación añeja y dañina para el Zaragoza de Rojo en Mestalla con el título de Liga en juego) provocó una sangría en el equipo aragonés. Lo de menos fue la goledada recibida, un resultado mentiroso hasta la médula, sino cómo descosió este hombre con cirugía precisa el sistema nervioso de los jugadores de Víctor, incapaces de comprender esa animadversión hacia ellos. Los dos primeros goles llegaron precedidos de una falta de Iraola y de un saque de córner en pleno cambio del Athletic. El estrés hizo el resto: Milito soltó un manotazo a Tiko y Alvaro arrolló con furia a Etxeberría, por lo que fueron expulsados con rojas directas.

A la pérdida de la pareja de centrales, salvo improbable estimación de un recurso, para jugar ante el Sevilla hay que añadir la probable de Cani, al que Del Horno trituró la nariz sin ser ni amonestado, además de Cuartero y Galletti, que sumaron la quinta amarilla por diferentes y ridículos motivos. El capitán se dirigió al árbitro con modales correctos para pedirle explicaciones y el argentino fue desplazado en plena galopada. A uno le hizo callar con gesto taurino y al otro le amonestó (el club lo recurrirá) por simular una caída. Había en su talante teatro barato, de tipo resentido, de figurante patético. El Zaragoza se había limitado a ser mejor, a llegar con más peligro que nunca pese al mal día de Villa. Ordenado, mandón y con el control de la pelota dejó a los bilbaínos a merced de lo que saliera de la cabeza de Urzaiz. Pero de donde brotó veneno fue de la cabeza de Medina Cantalejo, un diablo en la Catedral.

El encuentro duró exactamente 58 minutos, con un Real Zaragoza constructivo y vertical y un árbitro empeñado en desfavorecerlo. El segundo tanto, el de Del Horno, le cogió con el bloc de notas, apuntando la salida de Karanka tras perdonarle la expulsión y la entrada de Luis Prieto. Permitió que continuara un saque de esquina del Athletic y dio por válido el zurdazo del defensa, quien batió a Láinez por la escuadra.

¿Por qué castigó así al conjunto aragonés? ¿Por qué lo ignoró maltratándolo sin piedad? Son preguntas para una mente muy retorcida. Para la de Medina Cantalejo.