En los últimos días del mercado, cuando los entrenadores siempre quieren más y los clubs a veces dan poco más de sí desde el punto de vista económico, que este era el caso, Víctor Fernández condicionó públicamente buena parte de las aspiraciones de ascenso a la contratación de dos jugadores más, un delantero y un mediocentro. Luego plegó velas como hacen los hombres de club y Víctor lo es. La visión de la Sociedad Anónima en aquellos momentos era algo diferente a la del técnico: el centro del campo estaba bien resuelto y para la punta del ataque iba a hacer un último esfuerzo por Sergio García. El exjugador del Espanyol no está aquí porque no quiso, no hubo otra razón. El dinero para su ficha estaba aprobado. Para Víctor, donde se cuecen, controlan y dominan los partidos, era necesario un perfil diferente: un jugador físico. Al final, no llegó.

Eran días en los que Eguaras ocupaba un rincón del banquillo después de una pretemporada condicionada por las consecuencias de un fuerte golpe de Bikoro en un entrenamiento y superado en aquellas primeras fechas por Javi Ros. En los dos primeros partidos de Liga, el Real Zaragoza sumó cuatro puntos de seis posibles pero manifestó un serio problema: tuvo poco balón, dificultades con la pelota y, consiguientemente, apuros en el juego y en el control de los partidos. Íñigo apareció en el once inicial frente al Elche y el Real Zaragoza cambió. Cambió y mejoró. Desde entonces, ha encadenado nueve puntos en tres encuentros, aunque cada victoria ha llegado de una forma distinta, sufriendo, a placer e incluso superando obstáculos muy importantes como ante el Extremadura. Con idas y venidas, con mejores momentos y peores, desde la aparición del navarro el fútbol del Real Zaragoza ha tenido un sello distinto en pasajes más largos: fue una cosa ante el Tenerife y la Ponferradina, y otra distinta contra el Elche, Alcorcón y Extremadura.

El balón circula y se dulcifica cuando lo miman las botas de Eguaras, que frente al Extremadura rescató su versión más excelsa, la de su primera temporada en La Romareda: lúcido, imaginativo, y decisivo. Sin marcar ninguno de los goles, esta vez protagonizó un hat-trick con una exhibición brillante de pases al espacio. En el primero, en el segundo, en el tercero… Hubo más, otra delicatessen para Kagawa al más puro estilo Laudrup. Todos los goles nacieron de sus botas, de su creatividad, de su arte. En una petición perfectamente razonable y razonada técnicamente, Víctor Fernández reclamaba un mediocentro de otras características. El mejor lo tenía en la plantilla.