Jesús Vallejo no hay más que uno, pero hasta ahora han parecido dos: el anterior a la lesión y el posterior. Dos futbolistas sin ninguna semejanza y con demasiada distancia en la calidad de su rendimiento. El último, el que jugó en Gijón y contra el Tenerife, es un jugador irreconocible, una valoración que sería extendible también para muchos de sus compañeros. Inseguro y de poco fiar. El que comenzó la Liga como un ciclón era su antítesis: un coloso, un central firme, con un gran sentido de la colocación y la anticipación y con unas perspectivas estupendas por delante.

Entre medias, una pequeña inactividad, la salida del once, el paso por el banquillo y una pérdida manifiesta de confianza en sí mismo que le han llenado de dudas y mermado su rendimiento, más aún al lado de Rubén, que nada tiene que ver con jugar con Mario. En estos partidos se ha rubenizado.

Vallejo está por hacer. Tiene solo 17 años, pero a pesar de ello su grado de madurez es superior a su edad y, según sus mentores, estamos ante un chico responsable e inteligente. Vallejo necesita cariño y jugar, sobre todo jugar, en el primer equipo si Muñoz le da carrete y continuidad en la titularidad o en el filial en su defecto. Pero jugar. Sin embargo, ese plan, el más natural, choca con la realidad. La mejor pareja de centrales que tiene Víctor es Mario-Cabrera. La desconfianza en Rico ha desplazado al uruguayo y, de paso, tiene a Vallejo entre dos aguas. Ni aquí ni allí.