Que te metan un gol en el último segundo del partido que se gesta en un saque de banda, dice mucho y malo de ti. En ese espacio del tiempo, está prohibido por ley perder la concentración y la atención. Pero a este Real Zaragoza no le da ni para aprobar el nivel básico de este deporte. El Mirandés no había hecho nada para sumar más de un punto, incluso pudo perder los tres si el Toro Fernández hubiera acertado en dos ocasiones que el uruguayo erró como lo hacen los delanteros por construir o los que no tiene miga alguna: a portería vacía y solo ante el guardameta. El encuentro no tenía más historia que el empate entre dos conjuntos insustanciales, de los que te sabes todo lo que pretenden y que avisan por mensajería de los errores en el pase corto, largo e intermedio. Sin velocidad, ni transiciones, ni gracia para el sello personal aunque Narváez enviará un tiro al poste. Un largo invierno en el marco de lo que se considera sin merecerlo espectáculo. De la nada, los burgaleses pusieron un balón en el segundo palo que remató Moha, un chico de 176 centímetros que apareció por sorpresa para marcar con la colaboración de Cristian. Sin apenas visión ni ángulo, cabeceó por encima del argentino, que puso la guinda al horror defensivo de todos sus compañeros. El árbitro pitó el final de inmediato en lo que supone la confirmación de una crisis de raíces profundas, de un bloque sin fundamentos para ganar. Ni siquiera para sostener ese rancio empate.

No es una cuestión de dibujos tácticos. Se trata de un problema de futbolistas. Situar a Rubén Baraja en la diana es un excusa demasiada elemental. Hoy por hoy, el Real Zaragoza produce una sensación de orfandad que va mucho más allá de la aportación de un entrenador. El gol de Moha, por ejemplo, pertenece en exclusiva al equipo porque esas acciones al límite exigen tablas y profesión en los protagonistas, cualidades complicadas de hallar en esta plantilla verde de norte a sur. Se pueden trabajar muchas cosas. Esa distracción colectiva en lo que suponía el ocaso del encuentro no entra en el catálogo del ensayo, sino en el guión natural de los actores. Ellos perdieron la brújula por completo y sobre ellos han de caer los reproches. Eso sí, nadie evitará que Baraja aparezca mañana cerca de la guillotina porque no es inocente de los números ni, sobre todo, de asumir una responsabilidad gigante: tres derrotas y un empate en los cuatro últimos partidos, en los que se ha marcado un solo tanto.

El impacto de esa caída de telón en Anduva abre todavía más una herida que supuraba. Y no hay plan B. Igbekeme y Ros relevaron a Eguaras y Jannick donde se encienden los motores de cualquier equipo y el centro del campo, salvo por las pinceladas de Bermejo, demasiado guadianesco pese a su buena técnica en conducción, volvió a ser un solar. El Toro olfateó el gol pero se atragantó de entusiasmo. Apagaban las luces en Anduva (si alguna vez las encendieron) y el Real Zaragoza se tomó a chirigota un saque de banda. Esto es muy serio. Mucho más que un equipo de broma.