Algunos dirán que este no es el Zaragoza. Que se lo han cambiado. Falso. El impostor era el de hace un mes. Un equipo cadavérico, arrastrado y capaz de acumular ignominias y deshonras. No. El de ahora es el Zaragoza de siempre. El que da gusto ver. El que trata al balón como un objeto preciado al que mima y protege. Nada que ver con aquel ejército cobarde que huía de él como si de una granada de mano se tratara. No. Este Zaragoza divierte porque juega y juega porque divierte. Gusta y se gusta. Balón, pase, movimiento y, sobre todo, valentía. Por eso gana. Porque ya no tiene miedo de sí mismo. Se reconoce y le gusta lo que ve. Y eso le otorga tanta fuerza y poder que amedrenta. Casi todos por delante de la pelota cuando hasta hace tres semanas se trataba de acumular centrales y pavor. Ya está. Tarde pero a tiempo. El Zaragoza de Víctor es el Zaragoza. Con un estilo único apartado de rombos y dogmas. Solo manda el fútbol.

Hasta que llegó el técnico zaragozano, el equipo había ganado tres partidos. Con él suma ya dos de dos. Con Alcaraz se habían conquistado cinco puntos de 24 posibles. Con Víctor ya se llevan seis. Dos remontadas en otros tantos partidos cuando en casi dos años solo había logrado una. Otra historia. Vida.

Ganó el Zaragoza donde nadie lo había hecho hasta ahora, en un Molinón rendido a la superioridad de un conjunto aragonés que casi siempre fue mejor. Solo en los primeros diez minutos estuvo a merced de un Sporting mejor colocado que presionaba arriba a un rival que formaba en 4-1-4-1 con Eguaras de pivote y Pombo tirado a la izquierda. Precisamente, una pérdida de balón del navarro en su propia frontal estuvo a punto de provocar el primer tanto del choque cuando el relol ni siquiera había alcanzado el minuto 9, pero el disparo de Djurdjevic se estrelló en el poste izquierdo de Cristian, que volvía al equipo tras su lesión.

El Sporting sacudía a un Zaragoza dormido encomendado a su portero. Geraldes y Salvador se toparon de bruces con el argentino poco antes de que Djurdjevic aprovechara un balón suelto tras un saque de esquina para marcar y obligar a los aragoneses al enésimo ejercicio contracorriente. Pero ya nada queda de aquel derrotismo. Ni rastro de esa incapacidad para reaccionar ante un golpe. El Zaragoza, que ya había mirado a los ojos de Mariño con disparos de Ros y Guti, encontró a Eguaras y, sobre todo, Eguaras se encontró a sí mismo. Palabras mayores. Un centro medido de Ros encontró la cabeza de Álex Muñoz, que, de forma impecable, se elevó por encima de todos para enviar el esférico lejos del alcance de Mariño. Antes de la media hora, el partido ya era del Zaragoza, que solo sufría cuando Carmona contactaba con el balón.

Apenas diez minutos después, una apertura magistral de Eguaras a Lasure deparó un centro del canterano que no acertó a rematar Gual y acabó en la bota derecha de Guti que, en semifallo, mandó el balón a la red poco después de que Blackman hubiera perdonado ante Cristian. El Zaragoza lo había vuelto a hacer. Premio a la valentía.

El comienzo del segundo periodo fue tremendo. Durante dos minutos, el Sporting ni siquiera olió el cuero. El Zaragoza tocaba en línea de tres cuartos, siempre con mucha gente por delante del balón y con las espaldas bien cubiertas por dos centrales a un gran nivel. Guti, derroche de fuerza y Ros, en otro impresionante partido, secundaban bien a un Eguaras que ponía la exquisitez. Los laterales encontraban siempre el camino y Pombo elevaba el nivel del fútbol, pero si alguien destacó ayer por encima de todos fue James, un futbolista espectacular que entiende este juego como usted y yo. Como Víctor. Hacia delante siempre. En vertical. Brutal en la circulación y la entrega, desequilibrante en el arranque, decisivo en el regate y descomunal en ayudas y coberturas. Un futbolista tremendo para casi todos.

El Sporting solo llegaba a base de contras y en indecisiones de su rival. Una de ellas, de Guitián, acabó con un disparo lejano de Méndez poco antes de que Pombo probara de nuevo a Mariño. Víctor movió el banquillo y tiró de Papu y Zapater en sustitución de un mareado Guti y de un cansado Eguaras. Y el Zaragoza siguió controlando el partido, aun cuando el Sporting, presa del cronómetro, recurrió al balón largo en busca del dos contra uno a Delmás, poco ayudado por Papu. Pero solo dispuso de una ocasión clara. Fue de Djurdjevic, aunque su cabezazo lo salvó Cristian.

Víctor pidió ambición y personalidad para ganar en Gijón. No entiende una escuadra sin ambas cosas. El Zaragoza fue eso y mucho más en El Molinón. Fue un equipo, como le gusta decir al propio Víctor, de diez.