El Real Zaragoza hoy es pura frustración. Todo parece un mundo, todo está cuesta arriba. Da lo mismo que enfrente esté el líder, el conjunto más en forma, el último o un rival a punto de la liquidación. Este Zaragoza no le gana a nadie. Tampoco al Córdoba, penúltimo y más goleado de la categoría (33 en contra), un oponente sin apenas chispa, de poca calidad. Pero si uno fue malo, el otro fue peor. Y no acabó de quedar claro quién era menos malo que quién. Un único dato resume con demoledora precisión el drama de ayer: ambos tiraron a puerta una sola vez en todo el encuentro. Se masca la tragedia.

No hay gol, no hay juego, no hay soluciones. Lucas Alcaraz volvió a girar una vuelta más la tuerca de las pruebas en la alineación. Pombo, que no marca pero es el más activo arriba, se quedó en el banquillo. Benito jugó de interior y Pep Biel de mediapunta. Como si quisiera conservar los cinco defensas, más el doble lateral, más el rombo, más dos delanteros. Un batiburrillo que dio el mismo resultado de siempre. Otro partido infumable. El equipo salió con una mezcla de ímpetu y ansiedad que apenas duró quince minutos en los que Álvaro Vázquez tuvo la mejor y la única ocasión del Zaragoza en todo el partido. Biel presionó arriba, provocó la pérdida del rival, se la dio a Gual y éste se la puso al lobo, que chutó directamente al pecho del portero. Colmillo poco afilado.

De ahí hasta el final, nada de nada. Acaso un poco de Pombo, un par de chispazos, en los últimos veinte minutos pero sin apenas merodear el área rival. Sin crear peligro, sin inquietar al rival, únicamente produciendo centros blanditos a las manos del portero, pases imprecisos, córners que terminaban en nada. El balón no pasaba por el centro del campo -donde Javi Ros era el único que intentaba algo- ni llegaba por los extremos. Marc Gual quería pero se equivocó casi siempre. Álvaro Vázquez hace días que ni siquiera aúlla. Y Lucas Alcaraz ni siquiera agotó los cambios. Un panorama desconcertante y desolador.

La falta de gol de este Zaragoza empieza a ser preocupante. Sobre todo porque es consecuencia de la ausencia de ocasiones. No es que los delanteros tengan la mira desviada, no es que el portero rival sea un coloso que lo repele todo. Es que el Zaragoza ni siquiera tira a puerta. Una vez en noventa minutos, ante el penúltimo. El juego es cada vez más feo y el equipo, más pequeño. Ayer le salvó que enfrente no había nada. O más de lo mismo, otro conjunto incapaz de crear peligro, de asustar a nadie. Y eso que Cristian tuvo que intervenir en el 83 para salvar un disparo de Martín.

Sin soluciones

Lucas Alcaraz tampoco parece encontrar soluciones. Sus cambios no mejoran al equipo y los números empiezan a dejarle en evidencia. Siete partidos ha dirigido al Zaragoza con una victoria y dos empates. Cinco puntos de 21 posibles y el equipo en descenso por segunda semana consecutiva. En cuatro de esos siete partidos su equipo no ha sido capaz de marcar, lleva tres consecutivos sin ver puerta. Cinco goles a favor y diez en contra desde que llegó el granadino, que históricamente se ha caracterizado por dar un buen orden defensivo a sus equipos. No es el caso del Zaragoza.

Los números sustentan una realidad aún más fea. Este equipo no va a ninguna parte porque no sabe a dónde va. El fútbol hace días que abandonó La Romareda. Este equipo es incapaz de juntar tres pases seguidos, de hilvanar una jugada, tampoco tiene velocidad, ni desborde, nadie regatea, nadie da un pase a más de diez metros. Y lo peor es que el enfermo, lejos de mejorar, empeora cada semana. Cada partido acaba con la sensación de que no puede ser peor, pero solo hay que esperar al siguiente para comprobar que sí, que aún se puede caer un poco más bajo. Este Zaragoza aburre, desespera, duele y preocupa. Pero mucho mucho.