Uno de los villanos del Real Zaragoza después del confinamiento fue durante buena parte de la primera mitad el héroe del encuentro. Atienza soltó toda su rabia cuando embolsó con un golpeo fantástico un balón servido atrás dentro del área, con la inteligencia de su cabeza, por Javi Puado. La pelota se coló en la portería del Rayo Vallecano con el choque recién comenzado y Pichu lavó, con ese gol, parte de su ropa sucia. Luego, ya en la segunda mitad, el central volvió a mancharse. A Álvaro le regaló una asistencia que el extremo visitante agradeció convirtiéndola en el 1-3.

Esa ingenuidad de Atienza, que ha estado reincidente en el error en este nuevo formato express de Liga, se unió a otra de Nieto con el tiempo reglamentario casi cumplido al borde del descanso. En un lateral cometió una falta innecesaria que desembocó en el 1-1 de Juan Villar. El candor de algunas acciones, incluso pueriles por ser absolutamente sobrantes, resultó el retrato perfecto de lo que está siendo el Real Zaragoza en estas últimas jornadas, apelotonadas una detrás de otra sin solución de continuidad. Un manojo de nervios e imprecisiones.

Vacilaciones, inconstancia, irregularidad y, al final, los partidos convertidos en un carrusel de sustos. El fútbol ha volado de la mano del mismo entrenador con el que cogió vuelo. Pronto le llegarán los mejores consejos. No faltó, eso sí, todo el amor propio del mundo, actitud por toneladas, para pelear hasta el último aliento, empujados por la mejor noticia de la noche, la vuelta de Puado, su juego, que justamente es todo lo que le falta al resto. A ese asidero, y a su sociedad con Luis Suárez, se agarra el Real Zargoza para las últimas jornadas. Contra el Rayo no fue suficiente. Cuarta derrota seguida en casa, tercera consecutiva de manera global y otra oportunidad de oro perdida.