Corría el minuto 71. El Zaragoza había conseguido empatar un partido que se había puesto demasiado cuesta arriba. Hasta entonces, nada iba bien. Álvaro estaba negado y había desperdiciado incluso un penalti. Además, los errores atrás de siempre habían vuelto a condenar al Zaragoza a enganchar el remolque. La pinta era pavorosa. El típico partido que se tuerce y ya no se endereza. El gol de Linares premiaba la insistencia y el mejor fútbol de los aragoneses, pero el Zaragoza seguía sin ser fiable. Morente armó la pierna desde la derecha y disparó. El terreno mojado incrementó la velocidad del balón y también su amenaza, pero se topó con el guardián de los sueños del equipo aragonés. El león del escudo. El escudo del león. Cristian desvió el esférico, que cayó a los pies de Manu Barreiro. El gol estaba cantado. El Anxo Curro ya lo celebraba. Craso error cuando anda por ahí semejante portero. El delantero quiso picarla porque el meta le tapó otras vías. Y Cristian, desde el suelo, impuso el silencio. Prodigioso.

Justo después, en la jugada posterior, el Zaragoza consumó la remontada. Marcó Guitián, pero el gol fue de Cristian, sin duda, el máximo artillero del equipo aragonés si por ello entendemos la influencia directa en los tantos. Ayer ganó el Zaragoza, otra vez, porque tiene un portero de otro nivel. Desde luego, de otra categoría. Un futbolista que se ha ganado a pulso el corazón de un zaragocismo entregado a él en cuerpo y alma. Un emblema, Un ejemplo.

En verdad, Cristian fue decisivo desde mucho antes. Antes de la media hora, había negado la gloria a Toni Martínez con una parada descomunal en un duelo frente a frente después de un grave error de Nieto en la entrega a Verdasca.

Solo Pita, de penalti, pudo perforar el escudo. Esta vez, el ritual no funcionó y Cristian, especialista también en estas lides, veía cómo, por sexta vez en los siete partidos con Víctor, el rival se adelantaba en el marcador. Pero apenas se inmutó. Recogió el balón de la red, lo envió hacia el centro del campo y, gallardo y poderoso, se ajustó la indumentaria. La batalla continuaba.

Aunque bien pudo haber acabado todo antes del primer cuarto de hora de la reanudación. Lazo probó desde media distancia, pero todo terminó, otra vez, en la mano salvadora de Cristian. Cinco minutos más tarde, Linares empataba la contienda.

Luego llegó el momento cumbre. Esa intervención divina ante Barreiro, que a estas alturas todavía no sabe de dónde salió esa mano. Era el punto clave del choque, a menos de veinte minutos de la conclusión, cuando los goles son letales. Ahí, en los instantes decisivos, emergen los mejores futbolistas para ser determinantes. Y Cristian volvió a estar cuando más se le necesitaba. Sostuvo a los suyos y los empujó hacia la victoria. Y, claro, el Zaragoza ganó. Porque su entrenador tocó las teclas adecuadas y fue valiente. Porque tuvo corazón y fe en el triunfo. Porque quiere y porque cree. Y, sobre todo, porque su ángel de la guarda es el guardián de sus sueños. Cristian Álvarez. El escudo del león. El león del escudo.