El encuentro prometía curvas con gravilla, baches como cráteres, minas gordas en el arcén y clavos oxidados repartidos sobre el asfalto rugoso. Vamos, un viaje de placer sin quitamiedos a ambos lados del acantilado, de la zona de descenso. Pero el Real Zaragoza se negó en redondo a transitar por esas previsiones que le auguraban un accidente más, y lo hizo con firmeza, con convicción, con compromiso y con una gran dosis de fútbol vertical, ordenado, muy abierto por las bandas, de muchos kilates en sus mejores momentos. Dio una magistral clase de conducción, sin miedo alguno al riesgo.

Así se fabricó una autopista espectacular hacia la segunda victoria consecutiva en casa, una plácida recta por la que se puso a cien para salir de los puestos de peligro y para torpedear al Submarino de Benito Floro, una amenazadora arma de guerra que al término de la primera parte, con tres goles en contra, estaba siendo subastada a precio de ganga en una juguetería. Nadie pujó por el Villarreal, con diez por expulsión de Quique Alvarez, ni siquiera su entrenador, quien envió a la ducha a José Mari y a Víctor, sus delanteros, para dar entrada a Venta y Coloccini, dos defensas.

EXHIBICION COMPLETA Se le rogaba máxima actitud al conjunto aragonés para comenzar a creer en la salvación. Nadie habló de buen juego por lo quimérico de la petición, pero en una tarde de catarsis, el Real Zaragoza ofreció una completa exhibición de fuegos artificiales en su particular parque de atracciones. Hubo gritos de admiración en la grada por la precisión de los pases, por la hermosura de los goles, por la entrega y el feroz esfuerzo pese a que la ventaja tentaba a la relajación. La hinchada dibujó la ola, gritó el olé, pidió la contratación de Movilla de por vida y, cuando salió Juanele, lo recibió con cariño maternal. Subida en esa divertida montaña rusa de sensaciones olvidadas, la afición se sintió muy feliz.

Fue Ponzio quien cogió un atajo para sus compañeros y para él mismo. Salió del ojo crítico que lo mira con recelo con una excelente actuación personal y con un trallazo desde 35 metros en el minuto 2. El misil entró en la portería de Reina como el cuchillo del matarife en la mantequilla, un gol que define la potente pegada del argentino y que dejó tocado al Villarreal frente a un Zaragoza sin medida de ambición y con el gatillo fácil: disparó y disparó de lejos y de cerca hasta que Cani tradujo en el segundo tanto un lanzamiento al poste de Dani. Con el Submarino haciendo aguas y en inferioridad numérica, llegó el tercero, un regalo al que Dani puso el lazo.

Adiós a la agonía, hasta la vista a la taquicardia. La segunda parte tomó forma de picnic. Con un cálido sol invernal sobre la hierba y el partido visto para sentencia, los dos equipos extendieron la manta a cuadros, pero el árbitro evitó la tregua bucólica con el penalti de moda, un empujoncito de Milito a Ballesteros, y la expulsión de Cuartero por hacerle un comentario. El lío y el 3-1 no afectó a Víctor Muñoz: Generelo al centro, Ponzio de lateral, Pirri a la izquierda y Cani, a la derecha.

Con la defensa y Milito haciendo valer su autoridad, se empezó a echar de menos a Movilla. El pelado había dirigido todas las maniobras con eficacia y sutileza, y se tomó un largo respiro. Cuando apareció fue para realizar un sensacional cambio de orientación sobre la carrera de Cani. Lo que vino a continuación fue magia: el canterano tocó a la primera sobre el corazón del área y Villa marcó en carrera y sin dejar que la pelota botara. No fue un espejismo, sino la rúbrica al magnífico comportamiento del Zaragoza en esta etapa del rally del infierno , donde aún le esperan escorpiones como elefantes a la salida de cada curva.