Roger Martí alcanzó ayer la decena de goles, en 2.420 minutos --marca, pues, cada 242--. Venía de jugar en Segunda B y en Tercera, más allá de alguna aparición esporádica con el Levante, por lo que sus números están respondiendo a lo que se podía esperar. El problema del Pichichi es la desaparición, juegue o no, de Ángelo, que debía ser la gran referencia y se ha quedado en nada. Más allá de fallar algún gol cantado, de tardes tan malas como la de Girona, donde su lista de fallos fue amplia, en Roger habita un punta aprovechable, no un killer, pero sí un jugador interesante: veloz, con buenos desmarques y, sobre todo, que pone toneladas de esfuerzo y voluntad, que no se esconde nunca, que aparece siempre. Ayer, en el último suspiro, estuvo ahí, para aprovechar el regalo de Raúl Bravo y decidir la victoria y sellar tres puntos de oro.

Roger definió bien esta vez. Con la claridad mental que en otras veces le faltó. Y lo celebró eufórico, como sus compañeros, con la mano puesta en el oído. Se tuvo que oír muchas cosas tras lo sucedido en Gerona. Escuchó, tragó saliva, cumplió partido de sanción ante Las Palmas donde se le echó mucho de menos y ayer volvió para ser decisivo. Las mejores respuestas se dan sobre el césped. La de Roger fue alta y clara.

Esos diez goles, por cierto, han supuesto un buen puñado de puntos para el Zaragoza, hasta 20. De hecho, cuando ha visto puerta, el equipo no ha perdido, con cinco victorias y cinco empates. Decisivo en Córdoba al marcar en el descuento en el mano a mano ante Juan Carlos, anotó el único gol en las victorias por la mínima ante Las Palmas y en Miranda, ambos por 0-1, mientras que sus dianas contribuyeron a ganar al Alcorcón (3-1), en su mejor partido de largo del curso, ya que también provocó un penalti y gestó el primer gol, y en Gijón frente al Sporting (2-3).

Un tanto suyo supuso el empate en Alicante con el Hércules (1-1) y ante el Mallorca en La Romareda (1-1), igual que en los dos choques ante el Alavés, ambos con 2-2, y en la visita al Numancia, con idéntico resultado.

Roger, como en tantas otros partidos, trabajó en la presión y trató de aparecer en ataque. Lo hizo en contadas ocasiones en la primera parte, donde jugó acostado a la derecha. Tras el descanso, ya en punta, donde da más, tuvo una de cabeza a centro de Abraham y combinó con Paglialunga, aunque el argentino no acertó al final. No desesperó y pasó como un avión a Bravo para sellar la victoria. Ese espíritu infatigable tuvo premio.