El partido fue para matarlo a tiros y enterrarlo en la cuneta del olvido. Luego se podrán contar otras cosas, pero ninguna, por muy positiva que se presente, compensará el bochorno futbolístico soportado anoche en Mestalla, por donde corrió el cloroformo a raudales hasta provocar la anestesia general, de jugadores, de público y de almohadillas. Será porque el Valencia está en la UVI o porque el Zaragoza sin Villa es muy pequeño en ataque, pero el encuentro se celebró prácticamente sin que nadie se enterara. Apelmazado por dos equipos sin ideas ofensivas y muy preocupados por defenderse hasta de su sombra, el choque cogió un plácido sueño que para el equipo de Claudio Ranieri se convirtió en otra pesadilla y para el conjunto aragonés en un dulce sopor que le permite sumar por tercera vez consecutiva, algo que ya hizo en el inicio de curso, y seguir colgado del trapecio de la Liga después de haberle perdido el vértigo a los desplazamientos.

Un punto en Mestalla no es asunto fácil, todo hay que decirlo, y ése fue el objetivo principal del Real Zaragoza en su visita al campeón de Liga y de UEFA, del que Ranieri ha hecho una patética caricatura en tiempo récord. El técnico italiano le dio una vuelta a la alineación habitual para dejar su firma de una vez y borrar la de Benítez, pero se pasó de rosca. Con Di Vaio y Corradi en punta, Aimar por detrás y Angulo por la izquierda, el Valencia quiso ser una amenaza, pero se enquistó en un dibujo irreconocible, abstracto y absurdo que lo hizo daltónico por falta de ideas, por imprecisión, por los miedos que viajan a su lado... Al desastre local colaboró el aplicado y correcto dibujo del Real Zaragoza, casi siempre ordenado, sereno y aseado. Muy paciente, sin urgencia alguna, el conjunto de Víctor se limitó a mover el balón de lado a lado para desquiciar a su, ya de por sí, nervioso y despersonalizado enemigo.

El atasco de gente con pocas intenciones de avanzar fue recogido por su nitidez por el Meteosat. A las precipitaciones del Valencia, que nunca encontró a Sissoko ni a Baraja y pocas a un Aimar sin revoluciones, contestó el Zaragoza con la posesión de la pelota en espacios clareados, aunque sin levantar la voz cerca de la portería de Cañizares. A golpes de martillo, la escuadra de Víctor aprovechó las urgencias de su rival para dar un paso hacia delante en defensa y dejarlo medio partido en fuera de juego, como a un novato. No siempre lo fueron, pero el asistente de Rubinos Pérez levantó la bandera como si le pagaran por alzamiento. Euros no se llevó, pero estuvo a punto de cobrarse su buen ojo con algún botellazo que le regaló la grada, también desesperada por la ausencia de entretenimiento.

A PUERTA CERRADA El Udinese-Lecce podría haberse jugado a puerta cerrada, que es lo que se propusieron todos, que no entrara por nada del mundo el balón en la portería propia, entre ellos un excelente Luis García, que para eso le pagan. Y si alguien mereció algo más que el empate en el catenaccio, ése fue el Real Zaragoza, que se fue de aventura en tres ocasiones y casi casi gana. Todo lo interesante ocurrió en la segunda parte, y merece su capítulo aparte. Cañizares sacó con apuros un remate forzado de Javi Moreno, y Cani protagonizó un par de salidas al contragolpe que reflejaron que sin Villa no hay vida más allá de la medular. El canterano dudó y perdió la pelota cuando una apertura en condiciones hubiera sido letal. Luego lo hizo bien y centró para Galletti, pero el argentino le pegó al balón con la lengüeta. Aún hubo tiempo para que Javi Moreno, a pase de Savio, disparara con dificultades a las manos de meta internacional. Ya está.

El Valencia lo persiguió a la brava y el Real Zaragoza se defendió con bravura y con un juez de línea implacable e impecable, de ascendencia italiana sin duda. Fue el único que se entretuvo en ese tostón de partido en el que el Real Zaragoza anduvo un poco más despierto tácticamente frente a la inoperancia del Valencia. Con el pijama y las babuchas se retiraron los dos equipos mientras los aficionados roncaban a pierna suelta en la grada, víctimas del cloroformo que se tragaron.