Corre por la LigaSmartBank, la Segunda de toda la vida, un tutorial que cada vez está teniendo más éxito entre los espectadores, por lo general entrenadores cuyos equipos tienen que enfrentarse al Real Zaragoza. Un vistazo rápido es suficiente para desactivar al equipo aragonés, que promete más fuegos artificiales de lo que le permite su polvorín. Se sube a lomos de un caballo salvaje como si el partido fuera un rodeo y no consigue ponerle las riendas. Solo hay un jinete capaz de hacerlo, Luis Suárez, un delantero bravío cuyos goles están permitiendo que el conjunto de Víctor Fernández siga invicto y bien colocado en la clasificación. Cuando el colombiano no entra en acción, el resto de sus compañeros emprenden con más velocidad en las piernas que en la cabeza contragolpes huecos, muy vistosos por el despligue atlético pero sin la precisión que exige el fútbol, que es otro deporte.

El Málaga, como antes el Oviedo, venía en la ambulancia al partido. Metido en zona de descenso directo y solo con una victoria en el botiquín. Sin embargo, había visionado y aprendido dónde y cómo cortocircuitar a ese rival exótico. Lo hizo al empezar, con un gol de Sadiku que puso a la zaga contra la pared por su inoperancia colectiva. Por un momento, se diría que el albanés copió el tanto de Ortuño de la anterior jornada. Los andaluces se arremolinaron en 35 metros con un par de líneas de contención y con un poco de orden y sin pánico alguno esposaron al centro del campo del Real Zaragoza. Eguaras quedó pronto y melancólico al cuidado del faro del fin del mundo, y Ros y Guti reñían contra la muralla, regresando sobre sus pasos. Los pelotazos a Dwamena y Luis Suárez son pura desesperación con el marcador adverso. Solo un centro como Dios manda de Ros permitió a Suárez devolver el equilibrio a un partido complicado.

No hay forma de que se aplique otro estilo, o una variación sobre el molde. Se cayó de la lista por enfermedad Kagawa y había que poner a un sosías en esa posición. Tozudez estratégica. El japonés está muy lejos de su leyenda, pero Papunashvili, el elegido, pasa por el campo como un cirrocúmulo, una nube ligera que no produce sombra. Esta novedad de Víctor Fernández no aportó nada; al contrario, atascó la línea de tres cuartos, resto balón y metros a los puntas y permitió que el Málaga se acomodara sin angustias en su cortijo, con un Keidi Bare que dio alguna que otra lección de cómo dirigir un equipo. Incluso se permitió salir en busca de caza en una segunda parte que el Real Zaragoza dejó en los pies de sus laterales. Delmás y Nieto dispusieron de más de una docena de centros entre ambos y ninguno alcanzó el destino. Hasta las cigüeñas aterrorizadas retiraron sus nidos de los campanarios cercanos al Municipal.

Guti, a toque de corneta, evitó lo peor un minuto después de que Atienza cediera con amabilidad a Lombán la posición para marcar de cabeza. Al Real Zaragoza se lo han aprendido sus rivales y no debe consolarle que no pierde, porque si no muy pronto a ese tutorial le sustituirá otro con más información sobre cómo vencer a un equipo que juega en una sola dirección, a un ritmo supuestamente rápido que se eterniza en la retina del déjà vu.