La SD Huesca hizo tantos méritos como el Real Zaragoza para empatar o ganar en un encuentro de generosidad, de esfuerzos al límite y de distintas ansiedades. Al final, esa cicuta que tantas veces han bebido los altoaragoneses de ver volar puntos en los minutos finales se la tragó el conjunto de Víctor Fernández con embudo. Del 94 al 95 fue un minuto pero pareció una vida. Antes, todos los jugadores se habían dejado piel y hueso por vencer, una cita de aspirantes al ascenso que se disputó sobre el alambre de las emociones, de una lucha sin cuartel que produjo ocasiones, fallos en ataque y un par de postes por bando. Imprecisos pero constantes; reñidores por cada balón y cada espacio; uno buscando a Luis Suárez con reindicencia y el otro entrando a su antojo por el carril que ocupa para arriba y desocupa para abajo Kagawa, titular por decreto para arritmias de Nieto. Esos sesenta segundos no resumieron el todo, pero pudieron reescribir la historia. Galán atacó un rechace, nadie tuvo energías ni decisión defensiva para frenar al lateral y batió a Cristian. ¿Venía el gol precedido de una falta de Pulido sobre Puado que desató la polémica y la ira de Eguaras y El Yamiq, receptores de sendas tarjetas amarillas que les aparca para el encuentro de Girona? El VAR dijo que no pero es muy posible que hasta la tecnología acuse el agotamiento. Si la entrada del central se repite en el visionado, es muy complicado no observar un intento de derribo por contacto.

La máquina no puede, por el momento, sustituir al hombre. El árbitro ya había errado como ser humano. Luego lo hicieron los que acudieron a la robótica. Ninguno de los los justicieros apreciaron lo que el ojo no ve, lo que se percibe desde factores que deberían aplicarse atendiendo a la teatralización del momento y a la interpretación y conocimiento de los actores en un escenario concreto. Pulido, como gran capitán y jerarca excepcional, lleva un par de semanas alistándose muy lastimado. Míchel sabe de su ascendencia y personalidad y le alinea casi cojo, en la posición vintage de escoba desde donde barre con suficiencia pero también con limitaciones para las exigencias altas. Puado se le presentó a toda máquina con solo una vuelta pendiente en la manecilla del reloj. Ni podía ni quería, ya agotado, citarse en la carrera que le propuso el delantero. Así que metió la bota con disimulo para impedir el avance del zaragocista.

¿Por qué no se señaló la infracción? Seguramente porque el punta no se dejó caer en el instante que fue desequilibrado. De irse al suelo de inmediato, el árbitro habría concedido la falta. Pero el chico comprobó que tenía ventaja para irse solo hacia Álvaro y avanzó unos metros con zancadas desiguales para escenificar su derrumbe definitivo sin mucho arte. Ese desplome retardado provocó confusión, como si lo hubiera simulado, y el Huesca cogió enrabietado el último vuelo para sumar tres puntos que le sitúan de nuevo muy próximo a las puertas del paraíso. Puado actuó con honestidad y con poca picardía. En un partido íntegro hay que aplaudir su honradez aunque duela otra derrota en casa y el regreso a la incertidumbre. Y decirle a los árbitros, a algunos árbitros, que el fútbol es un universo más sencillo de lo que parece en situaciones tan cristalinas, falta que cometen muy a menudo.