En sus primeros días al frente del Real Zaragoza, Iván Martínez ha impulsado dos líneas maestras de funcionamiento a partir de las cuales iniciar un proceso de crecimiento: un volantazo táctico y un profundo trabajo de reforzamiento moral y anímico de la plantilla. La primera conclusión a la que llegó el nuevo entrenador fue que la dirección era equivocada. Que lo que se había hecho en la era de Baraja no servía para ganar y, por lo tanto, había que promover otra forma de juego. Eso es lo que ya se intuyó en su debut contra el Oviedo, saldado también con derrota. Un equipo que querrá ser más protagonista, producir más fútbol, generar más ocasiones y, consecuentemente, disponer de más posibilidades de marcar y de mayores opciones de victoria. La falta de gol es el gran déficit del equipo para el técnico.

Sobre esas bases ha trabajado esta semana, la primera completa al cargo de la primera plantilla, y en ellas incidirá en Ponferrada. Antes de emprender viaje, Iván Martínez puso mucho énfasis en recordar cuál es su propuesta y en lanzar un mensaje de convencimiento en su modelo (“quiero un Real Zaragoza que juegue como equipo, que todos ataquen y defiendan, quiero un equipo que quiera”), de seguridad en su idea (“sabemos qué hacer para cambiar la dinámica, querer es poder”) y de persuasión (“tengo plena convicción de que haremos un buen partido y de que los jugadores cambiarán esta mala racha”).

Martínez está asentando los pilares teóricos de su proyecto, en varios puntos antagónicos a los de su antecesor. Sabe qué quiere y cómo lo quiere. Cree saber cuál es el camino para salir de este laberinto y tiene una profunda fe en sí mismo, una confianza que quiere trasladar al colectivo. La práctica, la realidad, los partidos con un rival enfrente con similares intenciones y ninguna condescendencia, nos dirán si las conclusiones del entrenador están en lo cierto o si los problemas también le trascienden.