Aleix Febas es, por ahora, un diamante en bruto sin pulir. Encarna el espíritu de este Real Zaragoza de pasarela con el balón en los pies y de resbaladiza suela defensiva. Un equipo bonito que divierte y disfruta con la posesión pero que no termina de aplicarse con rigor cuando el rival utiliza como arma ofensiva la estrategia, que agita los encuentros a lomos de un vendaval estético que Borja Iglesias traduce con mucha más prosa finalizadora que verso intermedio. Para que el fútbol del conjunto aragonés halle el equilibrio justo, para que los chispazos de inspiración individual o colectiva se traduzcan en victorias, resulta imprescindible que Febas talle sus estupendas cualidades. Con una relectura personal de sus virtudes y con el correspondiente trabajo del cuerpo técnico para sacar provecho de su juego diferencial.

El centrocampista ha dejado suficientes detalles para reconocerle y elogiar su brillantez. Una vez que recoge la pelota en su constante petición de protagonismo interior o central como principal eslabón creativo, saltan los sistemas de seguridad del enemigo. Su veloz orientación hacia el área y el descubrimiento de pasillos en explosiva conducción son acciones que le han hecho ganar una fama muy merecida. El pequeño Cupido rompe corazones y no pocas cinturas. Sin embargo, a su natural desparpajo le falta una adaptación a las necesidades y un mejor ajuste en la toma de decisiones, sobre todo en las últimas.

Porque en no pocas ocasiones en su excelencia reside el error. Iniciado el eslalon una vez superada la primera trinchera, Febas insiste en transportar la pelota mucho más allá de lo que sus condiciones físicas le permiten por el momento. Colecciona faltas de todos los pelajes, tácticas y de superlativo grado agresivo, y carga de tarjetas a los que le salen al paso. El botín táctico es rico aunque no del todo productivo para sus compañeros ni para él mismo. El equipo agradecería que tras el despegue optara por una asociación inmedita que agilizaría y favorecería los movimientos de desmarque de Borja o de los futbolistas exteriores.

Afincado a la izquierda o la derecha del trivote de Natxo González, dejándose querer por el eje, exhibe una habilidad mayúscula para escapar de los recintos carcelarios. Lo consigue por butrones o por puertas principales que sólo él visualiza con la armonía de gestos de un bailarín. También abusa y exagera, tan seguro de sí mismo, de recursos que no deben convertirse en normas. Aleix Febas es sin duda un genio, pero convendría que saliera más a menudo de la lámpara. Sobre todo para convertirse en asistente asiduo, en un futbolista que debe esprintar cuanto antes hacia la madurez para hacer del Real Zaragoza un equipo no sólo bonito sino bueno, de los que compiten con inteligencia fortificada.