—¿A qué se dedica ahora?

—Llevo dos años como asesor y coordinador de deportes en el Ayuntamiento de Badalona, un cargo político centrado en el deporte de la ciudad. Había sido deportista y por ello el alcalde que entraba, además de por el trabajo como entrenador de fútbol femenino (actualmente entrena al Espanyol), creyó que reunía las condiciones necesarias y así empezamos. Estoy muy contento porque al final trabajas para tu ciudad.

—Futbolísticamente hablando creció en la cantera del Barcelona, al abrigo del presitigio y de la calidad de la Masía.

—Entré con siete años, en la escuela, antes de llegar al primer equipo, que era el benjamín. Desde los 10 hasta los 20 años te preparas para competir y soportar la presión. De 18 o 19 compañeros que éramos al comienzo de la temporada acabaron ocho o nueve solo. Era una continua reválida, porque además es el club en el que todos quieren jugar y eso crea una competitividad y una manera de soportar la presión que me ayudó muchísimo. Además tienes las mejores instalaciones y entrenadores y se valoraba mucho la calidad humana. Jugué con futbolistas como Luis García, Puyol, Xavi, Gabri, De Lucas, Cuadrado, Miguel Ángel… y seguramente me deje a algunos.

—Salió del Barça rumbo al Rayo y ahí llegó la que calificó como su mejor temporada como profesional, con siete goles anotados en su debut en Primera.

—Después de un mal año en el que bajamos a Segunda B con el Barça B y un verano complicado apareció el Rayo Vallecano en Primera y ni me lo pensé. En el primer partido, que fue en el campo del Atlético, ganamos 0-2 y marqué mi primer gol cuando además llevaba mucho sin hacerlo porque en el Barça jugaba más atrás y en el Rayo lo hacía de extremo. Fue un año increíble porque también me metí en una sub-21 muy difícil con gente como Casillas, Angulo, Albelda, Tamudo, Capdevila, Puyol… Era una superselección. Además de eso, mi buen año en el Rayo me permitió fichar por un grande como el Zaragoza, que se metió en Champions pero que no la acabó jugando porque el Madrid la ganó y pasamos a disputar la UEFA.

—¿Cómo se gestó su fichaje con el Real Zaragoza?

—Había interés de otros clubs, sobre todo del Rayo porque ya estaba ahí. Si no hubiera sido porque el Zaragoza era un grande en aquel momento en la Liga y el interés del entrenador, que era Lillo, seguramente me hubiera quedado en el Rayo, pero tenía un derecho de recompra el Barcelona que ejecutó y me vendió al Zaragoza. No era dueño apenas de mi destino.

—Su primera temporada en La Romareda tuvo luces y sombras. Por un lado se ganó la Copa del Rey, pero por otro sus apariciones fueron intermitentes.

—Fue un año extraño. Fiché con un entrenador como Lillo que tenía mucha confianza en mí, me marché a los Juegos Olímpicos de Sídney en los que logramos la medalla de plata y con un papel relativamente importante y cuando regresé ya no estaba Lillo y sí Luis Costa, que apostó por otros jugadores y se me hizo muy, muy complicado tener minutos en una plantilla con tanta calidad. Competía con gente como Juanele, Marcos Vales, Galletti… Había mucha competencia y estaba difícil jugar.

—¿Cree que hubiera sido todo muy diferente para usted si Lillo hubiera continuado?

—Sí, porque era el entrenador que me fichó y era porque me quería y confiaba en mis capacidades. Cuando tienes esa confianza es mucho más fácil rendir. También es verdad que si hubiera estado al nivel del año del Rayo me hubiese ganado el sitio, pero se juntaron una serie de cosas que hicieron que ese primer año en el Zaragoza fuese extraño. Además logramos la Copa del Rey y jugué hasta las semifinales todos los partidos y en la final me dejó fuera de la convocatoria. Son situaciones difíciles de entender para un jugador, pero respetables.

—¿Cómo encajó un jugador joven como usted pasar de un temporadón en el Rayo en el que juega con la sub-21 y logra una plata olímpica a vivir toda esa difícil situación?

—Era realmente complicado. En el Rayo me sentía muy cómodo y el Zaragoza hizo un gran desembolso en mi contratación, fui uno de los diez fichajes más caros hasta entonces de su historia, y de repente sentía que no se me utilizaba. Me preguntaba a veces por qué había venido, pero por otra parte estaba muy cómodo por estar en un club grande, vivir en una ciudad como Zaragoza, donde nació mi hija y hasta me llegué a comprar un piso, y tener la oportunidad de ganar títulos, como fue la Copa del Rey. El Zaragoza también me permitía compartir momentos con grandes jugadores.

—¿Cómo vivió la final de la Copa del 2001 ante el Celta? Se quedó desconvocado.

—Fue el peor día que viví en mi carrera. Fui titular en todos los partidos de la Copa y en la final el entrenador (Luis Costa) me dejó fuera. Entiendo que el técnico quiera ganar títulos, pero es una putada. No todo vale por ganar, aunque es respetable. Luego me he hecho entrenador y a veces entiendo las decisiones, pero estaba claro que no confiaba en mí. Me enfadé bastante y solté algún improperio cuando vi la lista porque no me parecía justo. Hay entrenadores valientes que empiezan y acaban la Copa con los mismos jugadores y otros cobardes que se cargan a los que les han llevado hasta la final.

—¿Llegó a hablar con Luis Costa sobre ello?

—No, no hablábamos ni teníamos comunicación. Era un entrenador bastante tirado a la antigua, de la vieja escuela y no era demasiado dialogante, pero no es un reproche porque nos vino bien y se consiguió la Copa.

—Al menos la celebración iría bien.

—Sí, sí. Una cosa fue mi enfado personal y otra la celebración, que fue máxima. Quieres jugar una final y vivir esos momentos, pero al final gané una Copa del Rey, que siempre quedará en mi currículum. Lo celebré como si hubiera sido el goleador de la noche. Las victorias en el fútbol son escasas y esos momentos hay que disfrutarlos al máximo con los compañeros, la afición y la gente. Además tuve la suerte de ganar dos y después de la del 2004 el Zaragoza no ha conseguido vencer ningún título más allá de la Supercopa. Poder pertenecer a esa plantilla que ganó dos Copas fue muy importante para mí.

—Su segunda campaña salió torcida también, jugó muy poco.

—Fue un año extraño porque no jugué casi hasta diciembre y ahí el equipo andaba por la mitad de tabla y me marché cedido al Rayo Vallecano, que iba último con mucha diferencia, y total que el Rayo se salva y desciende el Real Zaragoza. Allí no se me quería y lo entiendo. Había buenos jugadores y mi rendimiento en el club no estaba siendo lo suficientemente bueno. Después me hubiese quedado en el Rayo, pero tenía contrato y están para respetarlos. Regresé al Zaragoza para ayudar al equipo para subir.

—En Segunda con Paco Flores sí que tuvo protagonismo y se logró el objetivo del ascenso.

—Es muy difícil subir de Segunda a Primera, ya se está viendo en los últimos años. Fue un año largo y muy duro, pero con muchísima satisfacción por lograr el ascenso. Una ciudad como Zaragoza y un club como el Real Zaragoza se merecen estar en Primera.

—Y tras el ascenso, otra Copa del Rey. Pocos pueden presumir de ello.

—Fue igual. Estuve jugando hasta semifinales y en la final otra vez me quedé fuera. En mi último año ya tenía bastante claro que el club no iba a contar conmigo y estaba un poco resignado, admitiendo también que mi nivel no era suficientemente bueno para jugar. Aun así fue un año que me permitió ganar mi segunda Copa del Rey, compartir vestuario con muchísimos compañeros, sufrir mucho en Liga y acabar mi etapa en Zaragoza. Psicológicamente me afectó bastante ser un jugador importante en Segunda y meses después tener tan pocas oportunidades.

—Ahora que han pasado más de 15 años desde su salida y que se ve todo con otra perspectiva, ¿qué balance hace de su paso por el Real Zaragoza?

—Fue fantástico. Siempre le estaré agradecido al club por apostar por mí, la afición me mostró mucho cariño y la gente del club siempre me trató muy bien. Mi hija nació allí y un pedacito de mi corazón siempre estará en Zaragoza.

—¿Con qué compañeros se queda? Por calidad y amistad.

—En temas personales me dejaré gente, pero recuerdo con mucho cariño a Peternac, que fue mi compañero de habitación en mi primer año y que era un tío sensacional. También a Corona, Martín Vellisca, Jesús Muñoz, Pirri, David Villa… Siempre que puedo intentamos vernos o hablar. A nivel futbolístico Savio era una pasada y Esnáider, que lo veías entrenar y jugar y buf… Creo que es el mejor jugador con el que he compartido vestuario, evidentemente junto a los del Barcelona en aquella pretemporada.

—2020 es año olímpico y usted tuvo una bonita experiencia en las Juegos de Sídney 2000. ¿Qué recuerdos le vienen a la mente?

—Ha sido la mejor experiencia de mi vida. El sentimiento olímpico es especial y diferente y eso que en el fútbol no se vive igual que en otros deportes donde es la cita principal, pero no hay muchos deportistas españoles que tengan una medalla olímpica. Los compañeros también eran maravillosos y fue lo que nos hizo ganar la medalla, porque nadie nos daba por favoritos, e Iñaki Sáez generaba positivismo. Fue maravilloso.

—Además es entrenador de fútbol femenino, en el Espanyol, un salto que es poco habitual.

—Principalmente lo di porque mi hija jugaba a fútbol y yo iba a verla como padre. El entrenador que había tuvo que dejarlo, probé y me gustó. A mí me gusta, lo hago por vocación. Ver a las jugadores cómo te miran, cómo aprenden y corrigen ciertos vicios adquiridos en cuestiones técnicas o tácticas es muy gratificante. Sea masculino o femenino al final es simplemente fútbol.