Viven en la nevera del equipo, en el fondo del refrigerador. Son esos futbolistas de segundo orden que esperan con escasa fortuna un partido, una oportunidad, para descongelarse, para reivindicar que son algo más que escarcha. Por lo general no sobreviven a las exigencias de altura, pero ayer dos de ellos dejaron a un Betis de saldo para el arrastre. Drulic y Vellisca marcaron tres goles que pueden sellar el pasaporte del Real Zaragoza para la siguiente ronda de la Copa del Rey. Y nadie podrá decir que no fueron las estrellas de un choque estrellado.

El delantero apareció en la alineación para dar descanso a Villa y el centrocampista entró en la convocatoria deprisa y corriendo, cuando le avisaron de que Cani causaba baja por un problema gastrointestinal. Este torneo tan peculiar guarda sorpresas para los equipos, pero no suele moldear héroes tan imprevistos. Por una u otra razón, quizás porque hallaron en una noche gélida el hábitat perfecto, ambos rubricaron un triunfo demoledor por el resultado pero no por el fútbol.

EL MEJOR CÓMPLICE

El Real Zaragoza dejó una paupérrima impresión en una versión más ofensiva que en su último encuentro de Liga frente al Atlético, y el Betis fue su mejor cómplice para completar un encuentro horroroso, sólo edulcorado por la hermosa traca final, encendida por cierto por un Villa magnífico como siempre. El asturiano se había quedado en la récamara por ese extraño gusto de los entrenadores por las rotaciones aunque sus equipos no estén para darles muchas vueltas, pero con el 1-1 Flores se dejó de zarandajas y le dio cuerda al ariete.

El Betis se puso de rebajas, al nivel justo para hacerse asequible como nunca para el frágil e insípido Real Zaragoza, que una vez más se sostuvo en pie gracias a Álvaro y Milito, estupendos defensores. El andaluz es ahora mismo un conjunto depresivo, y pasó por La Romareda arrastrando sus penurias. Joaquín, Capi y Alfonso --sólo se salvo un poco Denilson-- parecían niños sin aguinaldo, acongojados por la frustración y el miedo a ejecutar acciones geniales que les hicieron famosos e internacionales.

Enfrente no había nadie salvo un par de centrales y un tipo pequeño, Iñaki, que intentaba con éxito, aunque muy en solitario, explicar que el balón es un elemento para divertirse, no un objeto para el golpeo y la persecución desaforada. Iñaki jugaba y el resto corría como una gallina descabezada, o se tropezaba, o, como Ponzio, ambas cosas. El Real Zaragoza, víctima del constante estado de agitación que sacude al argentino y de la levedad de Corona, quien gravita por los partidos como un jarrón de porcelana, se amparó en la crisis de su enemigo, incapaz de inquietar ni a las palomas.

MALA NOCHE

Drulic había pasado muy mala noche perseguido por los fantasmas que tiran de su camiseta cada vez que viste de titular, la más cara en la historia del club. El muchacho ponía sólo voluntad hasta que Corona le vio en el área y le cedió la pelota del primer gol. Llevaba una hora aparcado allí, con la defensa bética mirando las musarañas: el serbio resolvió con la izquierda por debajo del cuerpo de Prats. De un error de marcaje a otro. Joaquín saltó más que David Pirri y empató de cabeza. La alegría duró poco y la eliminatoria frunció el ceño con ese tanto envenenado por su hipotético doble valor.

Va Vellisca y sale al mismo tiempo que Villa. Doble V, símbolo de victoria, dijeron los supersticiosos mientras el Betis se estiraba con la timidez de una novicia, arropado en su valioso resultado. Va Vellisca y desde la frontal del área empala un rechace de zurdo encorajinado que dobla la mano de Prats y se cuela en la portería como una bola de fuego. Venía de casa para jugar un ratito y La Romareda coreba su nombre casi olvidado. La Copa...

El delirio. Villa, en un contragolpe cedido por un error de Arzu, cabalgó hasta dejarle el tercer tanto a Drulic. Goran y Martín vinieron del frío y descongelaron al Real Zaragoza. Bienvenidos.