En la parte alta de Barcelona, allá donde se mueven más catalanes que turistas, hay una famosa discoteca llamada Luz de gas. Nada anormal, aparte de su fama de lugar de música y baile en un ambiente y forma cuasi teatrales, reminiscencias del music hall que fue. Poco tiene que ver con el fútbol y la maravillosa final del 2004, aunque sirve para describir lo que fue aquel 17 de marzo del 2004.

Los atentados del 11-M provocaron una serie de movimientos antes de la final que concluyeron en decisiones tan discutibles como acordar que se suspendieran todos los festejos tras el partido. El Zaragoza cumplió tan escrupulosamente con el pacto que se olvidó incluso de organizar una celebración íntima. Más de un futbolista, por no decir muchos, se ha quejado de que eran Alfonso Soláns, el presidente, y el resto de dirigentes los que menos creían en el equipo y que por eso ni se molestaron en organizar un convite privado. Así que, tras el partido, el Zaragoza cenó a la sombra, sin ruido ni focos. «Verduritas y pechugas a la plancha», recuerda un jugador. «Víctor nos había puesto el entrenamiento del día siguiente a las 10 de la mañana porque nos estábamos jugando la permanencia ». Y así fue. Todos acudirían a entrenar, pero ninguno se iría directamente a la cama.

Los futbolistas sí creían. Pese a ser un Madrid de aspecto intocable, las palabras de Muñoz y la estancia en Perelada terminaron por convencer a desconfiados e inseguros. El resto lo haría la afición, que estableció campamento en la zona contigua al hotel, de paso hacia Montjuic. Conforme crecía el día, aumentaba la masa de los zaragocistas a las puertas del Plaza.

Los gritos, los cánticos, se oían perfectamente desde dentro del hotel. Los futbolistas se pegaban a las ventanas y alguno no se pudo aguantar, la abrió y saludó. Cani, por ejemplo, a quien su amigo Pedro le había avisado por la mañana de que iba a ser titular. El canijo, puro nervio, alegría contagiosa, estuvo a punto de derribar a golpes la puerta de la habitación en la que Soriano y Láinez intentaban descansar. No hubo manera. Primero entró un aragonés y luego otro, Cuartero, que levantaría el trofeo al cielo al grito de `Viva la Virgen del Pilar'. La siesta no llegó a cinco minutos. Los cuatro zaragozanos sentían en el estómago que era día grande. Miraban por la ventana, veían a los suyos y creían. No todo era tan negro como contaban en la prensa de Madrid, y en Barcelona. Al fondo, había luz de gas.

Muy cerca, algunos de los sudamericanos copiaban al capitán y compañía. Milito, Ponzio, Galletti y Toledo pasaron largos ratos con la nariz pegada al oscuro cristal. Si les quedaba alguna duda, ahí se disipó. Ayudó lo suyo el Mariscal, empeñado en vengarse del Madrid, que le había despreciado en verano arguyendo una supuesta fragilidad en la rodilla. «Estaba extramotivado», recuerda el Hueso. Y los gritos de la gente, que jaleaba sin parar. Eran cada vez más, y no paraban. No pararían. Ganaron la batalla en la calle y en el campo, donde nadie dejó de creer ni con el gol de Beckham.

El final del primer tiempo, tras los goles de Dani y Villa, ayudaría a adivinar a algunos futbolistas cuál era el final. A la luz del gas, ya de noche, Yordi contaba las caras de cagaos con las que entraban algunos madridistas al vestuario. En su soberbia galática, no habían pensado en la posibilidad de perder. «En ese momento se dieron cuenta», explicaba el gaditano, al que corroboró Láinez. «Mientras esperábamos a salir en la segunda parte, me acuerdo de la cara de Zidane. Estaba desencajado».

Sería mucho después cuando esa sensación llegó a la tribuna de prensa. Dos filas de periodistas aragoneses, diez o doce de Madrid detrás. Un zaragozano se volvió a mirar, ya en la prórroga, y descubrió a Tomás Roncero, con la cabeza apoyada en sus manos, los codos en el pupitre y la mirada perdida. «Mirad quién va a ganar». Todos sonriero. Arriba también había miedo.

El final es conocido, sin celebración organizada si no llega a ser por Casillas. Del vestuario del Madrid salió el champán con el que el Zaragoza celebró el título. Del portero salió también el ofrecimiento, al informar a los zaragocistas de que se podían quedar con la reserva a puerta cerrada de la discoteca junto a la Diagonal. Los madridistas s í tenían preparada juerga, pero la fiesta sería en azul y blanco pese a que muchos no creyeran, no vieran que al fondo había luz. Luz de gas.