El fútbol es un deporte profesional y, como tal, un medio de lucro. Así hay que entenderlo siempre en los niveles de élite y con esa premisa como regla fundamental hay que descifrarlo para contextualizar determinadas situaciones. Es decir, el dinero juega un papel fundamental en la inmensa mayoría de los casos. El dinero y las aspiraciones deportivas de las partes implicadas, jugador y clubs. Como era previsible, el caso de Jorge Pombo se ha alargado hasta las últimas horas del mercado de verano porque la distancia entre lo que ha querido una parte y lo que ha pretendido la otra ha sido abismal.

A trazos gruesos, la sucesión de acontecimientos ha sido la siguiente. El Real Zaragoza hizo varias ofertas de renovación a Pombo, la última de cuatro años por un montante que rondaba los 800.000 euros. Fue rechazada. Con la llegada de Víctor Fernández, la situación del delantero cambió de manera drástica: pasó de ser una «bomba» a estar entre sus descartes (y del club también), en el mismo saco que Benito, Álex Muñoz o Verdasca. Desde entonces, el objetivo de la SAD solo ha sido sacar un buen rendimiento económico por su traspaso. Primero lo tasó en 3 millones. Luego, conforme el tiempo avanzaba, las cantidades pretendidas bajaron por las propias leyes del mercado: 1,5 millones, uno… El Extremadura ofreció 500.000 euros. El futbolista dijo no. Dijo no a esa propuesta y a salir rumbo a alguna Liga extranjera. Pombo ha tenido la posición de fuerza en la negociación en todo momento dado que acaba contrato en el 2020 y es dueño de su futuro. Legítimamente, se considera un jugador de Primera y en ese destino ha puesto sus objetivos.

El canterano ya no es un niño, tiene 25 años. Estamos ante un genuino producto de la Ciudad Deportiva, por lo tanto un valor deportivo, económico y emocional. En este caso, han fallado todas las partes. El jugador, que ha estado mal a nivel personal en instantes puntuales y estratégicamente ha tensado la cuerda al límite. Y en otra medida menor el club, que en algún momento pasado contribuyó a enredar en lugar de desenredar. Este pulso y tanta tensión eran evitables.