El Real Zaragoza es frágil como el cristal. Un solo golpe basta para hacerle añicos y dejarlo inerte. Esa extrema debilidad afecta tanto a su cuerpo como a su mente y pone en serio peligro su existencia si no es capaz de revertir una situación cada vez más delicada. El Zaragoza aguanta lo que tarda en llegar el primer golpe porque el segundo viene inmediatamente después. Y siempre es definitivo.

Así queda patente en los cuatro últimos partidos del equipo aragonés, todos los que ha disputado con Iván Martínez en el banquillo. El patrón ha sido prácticamente idéntico en todos ellos. El Zaragoza encara bien el duelo e incluso ha sido capaz de adelantarse en tres de los cuatro choques, pero su resistencia concluye con el primer revés del adversario. Ahí, la oscuridad pasa a presidirlo todo.

De hecho, los dos goles recibidos en cada uno de esos cuatro encuentros han llegado en un intervalo máximo de apenas quince minutos entre ellos. Trece (del 69 al 82) pasaron desde que el Espanyol superó a Cristian por primera vez el pasado domingo hasta que Darder puso la puntilla a un Zaragoza que volvió a sucumbir preso de su propia inconsistencia.

Antes, el Rayo había remontado en apenas doce minutos (del 71 al 83) el tanto inicial de James conseguido en el primer periodo. La historia se repetía respecto a los dos partidos anteriores, en los que el Zaragoza también había perdido demasiado rápido la ventaja que tanto le había costado adquirir. Como en el duelo en Ponferrada, donde el equipo de Martínez también fue capaz de marcar primero merced a un disparo ajustado de Narváez nada más comenzar el segundo tiempo. Sin embargo, en un cuarto de hora (del minuto 62 al 77), el cuadro leonés remontó a través de dos saques de esquina al primer palo de la portería de Cristian.

En la puesta en escena de Martínez en el banquillo zaragocista, el Oviedo también había explotado a la perfección la extrema fragilidad física y anímica del equipo blanquillo. Después de adelantarse en el luminoso gracias a una jugada afortunada, el Zaragoza volvió a tardar un suspiro en echarlo todo a perder. Apenas cinco minutos (del último de la primera parte al cuarto de la reanudación) tardó el equipo de Ziganda en levantar la contienda para desesperación de los aragoneses.

El problema alcanza tanto a la baja calidad física de una plantilla en la a que numerosos futbolistas el oxígeno apenas les dura una hora como a una endeblez mental que crece tras cada derrota.

Semejante derrumbe se produce siempre en las segundas partes, cuando el Zaragoza ha encajado siete de los últimos ocho goles (y el octavo llegó al filo del intermedio). Pero el mal viene de lejos. De hecho, dos de cada tres tantos recibidos por la escuadra aragonesa se producen tras el descanso. Solo seis de los 17 goles encajados (los dos del Málaga, el primero de Las Palmas, Oviedo y Girona y el del Tenerife) se produjeron en la primera mitad.