Nueve días para preparar el partido de Ponferrada y poco más de un cuarto de hora para tirarlo a la basura. Iván Martínez puede dedicarle su vida a este equipo, por usar un eufemismo, pero tiene un alumnado sin la menor aptitud de aprendizaje. Suspende todas las asignaturas, se queda pasmado con una mosca y se va hundiendo en el pupitre como consecuencia de los complejos que condenan al incapacitado. Lo que hizo en El Toralín es sencillamente ridículo, fruto de un vacío de conceptos básicos para defender. Ya era popular su astenia atacante y volvió a incidir en ella, pero la forma en que se dejó remontar hiere los principios del profesionalismo en este deporte. Un error entra dentro de lo admisible. Calcarlo para perder supone una reincidencia nada casual. Todo el mundo, Cristian incluido, se tragó un par de saques de esquina al primer palo. La pelota cruzó el aire como un sable y los cuellos y las manos se encogieron. Después de doce jornadas, duele, pero gestos de este calibre ya no deberían de extrañar ni escandalizar. Lalo Arantegui y sus superiores se han llenado de gloria, y de ellos va a ser el reino de los infiernos que se les viene encima como, si no le buscan solución (duda razonable de que quieran o puedan), el Real Zaragoza desciende a Segunda B.

Rubén Baraja fue crucificado sin juicio previo. Había que buscar un culpable de cara a la opinión popular y fue sencillo hallarlo en el banquillo, tumba históricamente abierta para enterrar en muchas ocasiones disparates como el que nos ocupa. Luego a alguien se le ocurrió la infeliz y recurrente idea de llamar a la puerta de Víctor Fernández, a quien le sobra la inteligencia que falta en sus adoradores. Y ahí aparece ilusionado y convencido Iván Martínez, comprometido sentimentalmente y obligado como hombre de club a acudir al rescate. No es que el barco le venga grande; sencillamente le han entregado una nave incendiada. Eguaras, Igbekeme, Bermejo, Zanimacchia, Larrazabal, Vuckic... Hay espacio para más jugadores en una lista en blanco, pálida, hueca, aterrorizada de su propia imagen en el espejo. Y nadie desde la propiedad dice nada del engendro y de su creador, de un plan urgente de emergencia. Así, el equipo es el vivo reflejo de ese poder silenciado por la misma invalidez. La reacción consiste en la invisibilidad y en eludir responsabilidades. Estamos frente a un desastre y el gobierno se pasea mientras tanto descalzo por la playa minada como Robert Duvall.

Un entrenador sin experiencia al margen de su valía. Un grupo de chavales de la cantera en primera línea de combates perdidos, enviados a la trinchera donde se suponía que había compañeros con galones. Nada va a mejorar en el futuro si no es con talonario y buen ojo. A lo primero es improbable que se recurra y de lo segundo... ya se ha visto. En mitad de esta letanía posiblemente para sordos, merece la pena rescatar algo para sobrellevar la indigestión. Qué mejor que Francho, que es como cruzarse con Einstein por los pasillos de una guardería. Se le recuerda yendo raudo y contundente al primer palo para despejar de cabeza un córner de la Ponferradina (hay imágenes que lo testifican). Eso, como tarjeta de presentación de, seguramente, el único futbolista de envergadura en la plantilla junto a Narváez y un Cristian ahora irreconocible. En el Toralín se comportó con elegancia, habilidad, pausa y madurez. La pelota en sus pies fue siempre redonda y regaló al menos tres detalles de lujo. Ocupará espacios mediáticos y recogerá elogios además de una titularidad que nadie puede discutirle. No por contraste, sino por méritos. Aun así transita por un escenario abocado al fracaso que podría arrastrarle en plena formación. Quizás no ocurra. Seguro que en las próximas horas aparecerá a la venta en la cuenta de Wallapop de un club directo a la quiebra de valores.