Cuando se llega a un punto crítico como el que está atravesando el Real Zaragoza, las razones que se van a usar para explicarlo serán lugares comunes, todos un poco verdad, ninguno la verdad completa. Se dirá que el equipo está mal físicamente, que han faltado hombres vitales por lesiones y que el grupo está bloqueado mentalmente. Se dirá que el dichoso rombo no ha dado resultado, que los nombres están mal elegidos por algunas bajas formas o porque en según qué sitios donde no hay mata no hay ni habrá patata. Se hablará de Alcaraz, de qué hace, de qué no hace, de cómo lo hace y lo deja de hacer. También del trabajo de la dirección deportiva. Se llegará incluso a decir que lo que hace un par de semanas era una idea satánica, contra el estilo y la naturaleza, prescindir del rombo, es ahora una propuesta celestial y necesaria, que seguramente lo es. Como seguramente lo era antes.

Si el Zaragoza está en descenso es porque tiene problemas de toda índole y porque lo que hace no funciona. Es decir, hay que cambiarlo. El primer objetivo debe ser el desbloqueo mental. Prioritario. La desconfianza hunde personas y grupos humanos. Y luego acudir al fútbol sin integrismos, escuchando a Aimar: «Cuando vos hablás perdés el derecho a la contradicción. Y vos te contradecís. Todo el tiempo. Todos lo hacemos». Que el Zaragoza lo haga también. Que deje de estar enrocado. Que no tiene la plantilla divina que pensábamos, pero tampoco la plantilla estrepitosa que parece tener ahora.