Quién sabe si esta aventura terminará finalmente de manera feliz, que la Segunda División es una categoría muy traicionera y extrañamente cambiante. Con cinco meses de competición por delante, o seis en caso de playoff de ascenso, el destino continúa siendo incierto. Sin embargo, ya existe una certeza poderosa con este Real Zaragoza. Víctor Fernández ha conseguido empapar a su equipo de su estilo futbolístico y, muy significativo, de ese contagioso espíritu optimista, apasionado y de alegre vitalidad del que ha hecho gala desde su vuelta a casa, a su plaza de mayores triunfos.

Su manera de jugar, reconocible a lo largo de una larga trayectoria en los banquillos, también está presente en su última obra. El Zaragoza quiere la pelota, llega mucho al área y remata más que nadie en la categoría. Además, por las características de sus atacantes, Víctor ha incorporado otro arma. Su equipo no necesita sobar y sobar el balón para hacer daño, tiene la capacidad de ser muy punzante y vertical a nada que encuentre espacios.

Tan relevante como eso, base principal sobre la que se construye el éxito en cualquier colectivo futbolístico, ha sido también que el entrenador ha transferido su propio alma a sus jugadores, ese ánimo que irradia una potente luz cada vez que toma la palabra hasta en días de intensa niebla: fuerza interior, confianza ciega en el proyecto, seguridad, una tremenda determinación y todo el zaragocismo del mundo. En el esprint de 21 partidos de la primera vuelta, el Real Zaragoza resistió todo tipo de golpes y supo adaptarse, no sin dificultades y momentos de enorme peligro, a escenarios complejos. Contra el Sporting inició la segunda parte del campeonato con otra victoria. En Las Palmas, y luego en Miranda el sábado, pasará sus dos próximos exámenes. Cada tarde exige la mejor respuesta porque cada victoria es un tesoro en esta categoría tan pareja y cada punto, un punto más cerca del objetivo. Cada jornada requiere el máximo. También esta.