La Fundación 2032 llegó para evitar una situación económica insostenible para la sociedad y para ofrecer su aval. Se armó una cuidadosa línea de austeridad, marcada a su vez por los límites salariales impuestos por la Liga y ahora por los pagos a los acreedores. Cinco temporadas después de ese aterrizaje forzado, el Real Zaragoza ha reducido su deuda pero va aumentado paso a paso su agujero competitivo. Nueva encrucijada para la directiva, que aun habiendo delegado toda responsabilidad en la dirección deportiva, debe asumir cuanto antes un protagonismo crucial para la supervivencia de un equipo mal construido por Lalo Arantegui y peor dirigido desde el banquillo por los diferentes entrenadores que se suceden. Los futbolistas no dan más de sí, Lucas Alcaraz cambia la alineación sin fe alguna en lo que hace y el público empieza a desengacharse. Lo más grave: el descenso, con todo un mundo de por medio, se ha convertido en una amenaza real.

No hay equipo y en la plantilla actual las respuestas son ecos vacíos, con demasiados jóvenes por hacer y veteranos que aportan poca cosa. Si el mensaje es que el mercado de invierno se va a cubrir tan solo la baja de Grippo, el futuro se cubre de nubes por completo. Por eso la Fundación, de una manera visible y contundente, debe de salir a escena. Si aún confía en Arantegui, para ofrecerle una mayor amplitud económica con el objetivo de fichar como mínimo cuatro futbolistas. Si no hay dinero ni margen de maniobra o sencillamente nadie quiere rascar su bolsillo, por lo menos que se explique en público para que la afición comience a abrocharse los cinturones para una posible pérdida de categoría que traería consigo males mayores. Para todos, claro.

No es tiempo de críticas feroces porque la ira nada va a solucionar. Y las reflexiones buscando causas o fórmulas curativas encajan a duras penas en un espacio constreñido por la evidente falta de respuesta interna. La hipotética solución, sin embargo, está dentro y es administrativa. El Real Zaragoza se cae porque su analítica es la de un enfermo grave, muy grave. No sabe construir juego ni tiene prestaciones suficientes ni líderes espirituales. Y sus supuestos pilares sufren un declive físico de campeonato. Todo se ha desmoronado salvo Cristian Álvarez, que continúa en pie para evitar humillaciones mayores mientras el olor a azufre se adueña de La Romareda.

El encuentro contra el Cádiz se podía perder. Venía uno tosiendo y el otro exhibiendo musculatura en sus formas y en sus resultados. Pero la tremenda superioridad del equipo de Álvaro Cervera en todos los terrenos, hace que la herida sangre a borbotones donde antes supuraba. Cualquier rival, de arriba abajo, está en condiciones de ofrecer una clase de baile gratis al Real Zaragoza, una anarquía perfecta de imperfecciones, de malas decisiones, de errores impropios de la categoría. Se está ahorcando sin soga. Los centrales del Cádiz, Sergio Sánchez y Mauro, parecían frutos de la mejor cosecha de defensas alemanes. Y Jairo y Lekic podrían haber pasado por integrantes de la selección de Brasil de 1970. La exageración es poca comparada a la aparatosa impotencia del equipo aragonés.

¿Entonces? La Fundación 2032 y sus patronos. Ya no existen cargos intermedios ni tiempos muertos. Tampoco echar la pelota al tejado. Los dirigentes que un día salvaron al club han de diseñar un proyecto urgente, de nuevo para un rescate en vuelo, en cuanto se abran las puertas del mercado. Con salidas fulminantes y entradas convincentes. Un central, dos centrocampistas y un delantero... Hasta tiene cabida otro entrenador si aporta una pizca más de ilusión. Y si no puede ser porque económicamente es inviable, todos a misa de doce con el rosario de la tía Angustias.